Un nuevo mapa político: entender las elecciones al Parlamento Europeo

Letrero ante el pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo (Francia), el 17 de enero de 2020
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  • En respuesta a la esperada subida de la derecha en las elecciones al Parlamento Europeo, muchos partidos mayoritarios y élites políticas europeos parecen estar optando por una doble estrategia. Esta consiste en remedar las políticas de la derecha en materia migratoria y promover un relato basado en los éxitos de la UE, centrándose en sus medidas ante la crisis climática, la pandemia de COVID-19 y la guerra rusa contra Ucrania.
  • Sin embargo, nuestro análisis de la opinión pública europea revela que ambos enfoques pueden resultar contraproducentes. La inmigración no es un tema tan central como piensan muchos responsables políticos, y los votantes tienen creencias muy arraigadas sobre las motivaciones de sus líderes, lo que significa que no importa tanto qué se dice como quién lo dice.
  • Centrarse en la agenda positiva de la Comisión también podría ser contraproducente y beneficiar a los partidos antieuropeos, porque los ciudadanos europeos tienen una percepción negativa de la hoja de servicios de la UE a la hora de responder a las crisis.
  • Si los partidos mayoritarios quieren hacer retroceder a la extrema derecha, deberían adoptar un programa alternativo que priorice los contextos nacionales y desarrolle campañas más selectivas y diseñadas para movilizar a los votantes sin avivar una reacción antieuropea.
  • Con el telón de fondo de las elecciones presidenciales en Estados Unidos de noviembre, también deberían plantear un nuevo argumento geopolítico a favor de Europa.

Introducción

La manera más segura de perderse es seguir un mapa incorrecto. Y muchos partidos proeuropeos que se están preparando para las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2024 corren exactamente ese riesgo.

Se prevé que en las elecciones habrá una gran aumento del apoyo a la extrema derecha, impulsado por el descontento de los ciudadanos europeos ante la última oleada de inmigración ilegal. En su intento de acometer este desafío, los partidos mayoritarios y élites políticas europeos parecen estar optando por una doble estrategia. En primer lugar, están tratando de neutralizar la inmigración como cuestión política remedando las políticas de la extrema derecha. El nuevo pacto migratorio de la Unión Europea, aprobado en diciembre, fue un claro ejemplo de esta estrategia, al igual que la ley de inmigración aprobada recientemente en Francia, que en buena medida sigue el esquema de la derecha y la extrema derecha. En segundo lugar, las élites europeas esperan cambiar el relato a su favor promoviendo la idea del éxito europeo, que centran en la respuesta de la UE a la guerra rusa contra Ucrania, la crisis climática y la pandemia de COVID-19.

Sin embargo, los resultados de la última encuesta del ECFR —realizada en enero de 2024 en doce países de la UE que representan tres cuartas partes de los escaños del Parlamento Europeo (Austria, Francia, Alemania, Grecia, Hungría, Italia, Países Bajos, Polonia, Portugal, Rumanía, España y Suecia) muestran que ambas estrategias pueden resultar contraproducentes. Mientras que, con la primera, se corre el riego de sobredimensionar el papel de la política migratoria, con la segunda se podría acabar movilizando inadvertidamente a los votantes de los partidos antieuropeos al poner de relieve aquellas cuestiones en las que es más probable que la opinión pública se alinee con la extrema derecha.

En este documento desvelamos algunos de los patrones que se esconden tras los titulares de los sondeos y presentamos un mapa alternativo para las campañas electorales proeuropeas de cara a la cita en las urnas del próximo junio. En lugar de tratar de imitar a la extrema derecha en materia migratoria y de hacer campañas basadas en la hoja de servicios de la Comisión Europea, hacemos algunas sugerencias a los líderes nacionales para que puedan desarrollar campañas más selectivas que movilicen a los votantes proeuropeos sin avivar una reacción antieuropea. Con el telón de fondo de las elecciones presidenciales en Estados Unidos de noviembre, también señalamos cómo pueden plantear un nuevo argumento a favor de Europa.

La transformación de la derecha

Según el pronóstico del ECFR para las elecciones al Parlamento Europeo publicado en enero, en estos comicios podríamos ver un importante giro a la derecha en muchos países, y que los partidos de derecha radical populista aumenten sus votos y escaños en toda la UE y que los de centroizquierda y ecologistas los pierdan. El pronóstico predecía que, probablemente, los populistas antieuropeos obtengan el mayor número de votos en nueve países miembros (Austria, Bélgica, República Checa, Francia, Hungría, Italia, Países Bajos, Polonia y Eslovaquia) y que queden en segundo o tercer lugar en otros nueve (Bulgaria, Estonia, Finlandia, Alemania, Letonia, Portugal, Rumanía, España y Suecia). Se pronosticaba que, en el próximo Parlamento Europeo, casi la mitad de los escaños estarán ocupados por eurodiputados no pertenecientes a la “super gran coalición” de los tres grupos centristas, y que una coalición de eurodiputados democristianos, conservadores y de derecha radical podría alzarse por primera vez con la mayoría parlamentaria.

Sin embargo, poner el foco en la subida de la extrema derecha transmite la idea errónea de que estos partidos son un frente unido, cuando, en realidad, la extrema derecha ha mostrado hasta ahora unos niveles muy bajos de cohesión y una limitada capacidad de cooperación. Y, en relación con esto, supone ignorar también las muy distintas trayectorias de los partidos antieuropeos.

En los últimos años se ha producido al mismo tiempo una radicalización de algunos partidos de la derecha europea y una desradicalización de algunos de la extrema derecha, lo que hace más complicado contrarrestar su auge. Por un lado, por ejemplo, Hermanos de Italia se consideraba antes un movimiento radical y posfascista, y ahora muchos en Europa, e incluso la mayoría de los votantes italianos, lo ven como un partido bastante corriente. Por otra parte, el partido polaco Ley y Justicia ha recorrido un largo camino desde su anterior postura como representante del europeísmo realista entre los partidos mayoritarios (y como colíder, junto con los tories de Reino Unido, del grupo de Conservadores y Reformistas Europeos en el Parlamento Europeo hace una década) hasta convertirse hoy en una fuerza cada vez más antieuropea. Esto no solo supone que los partidos mayoritarios no pueden apoyarse en una estrategia común para hacer retroceder a la extrema derecha, sino que habrán de tener mucho cuidado con cómo hablan sobre Europa.  

En nuestro sondeo, les preguntamos a los encuestados por las posturas ante la UE de los principales partidos de extrema derecha en sus respectivos países y constatamos que las percepciones de los partidos varían mucho entre países y electorados.

Nuestros datos revelan que solo el 15 por ciento de los votantes de Hermanos de Italia creen que Giorgia Meloni quiere urdir la salida italiana de la UE, y también que el resto de los votantes lo dudan. Asimismo, ni los votantes del partido ni el resto de los votantes de Italia creen, en su mayoría, que quiera entorpecer el trabajo de la UE o que Italia abandone la eurozona. Por tanto, la oposición italiana no lo tiene fácil para movilizar a sus votantes sosteniendo que, con Hermanos de Italia, se podría poner en peligro a la UE, y también la posición de su país dentro de ella. Los proeuropeos de España, Portugal y Rumanía se enfrentan a un problema parecido.

En Polonia, aunque solo algunos votantes de Ley y Justicia creen que el dirigente del partido, Jaroslaw Kaczynski, quiere salir de la UE, la mayoría de los polacos sí creen que tiene ese objetivo. En este caso, hacer hincapié en el peligro que representa Ley y Justicia para Europa podría dar a las fuerzas proeuropeas una doble ventaja: la movilización de sus propios votantes y, al mismo tiempo, la desmovilización de algunos de Ley y Justicia.

En cuatro de los demás países que hemos encuestado (Alemania, Austria, Suecia y Países Bajos), tanto los votantes de extrema derecha como el electorado en general piensan que el dirigente de su partido nacional de extrema derecha es antieuropeo (en el sentido de querer abandonar la UE y la eurozona e intentar entorpecer el trabajo de la UE). Los partidos en cuestión —Alternativa para Alemania (AfD), el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), los Demócratas de Suecia (PVV) y el Partido de la Libertad (PVV) de Geert Wilders— no han experimentado una gran evolución comparable a la de Ley y Justicia o Hermanos de Italia. Sin embargo, que en general se identifique a sus dirigentes como antieuropeístas supone un problema para las fuerzas proeuropeas. Puede que intenten movilizar a sus propios votantes recordándoles el antieuropeísmo de la extrema derecha, pero con ello se arriesgan también a movilizar inadvertidamente a los votantes de extrema derecha. Este riesgo es aún mayor en Francia, donde el número de votantes de la Agrupación Nacional que identifican a la dirigente del partido, Marine Le Pen, como antieuropeísta, es superior al del resto de la sociedad francesa.

Por tanto, los partidos proeuropeos tienen que desarrollar estrategias para aprovechar las divisiones entre las fuerzas de extrema derecha y utilizar enfoques muy diferentes para contrarrestar a estas en los distintos contextos nacionales.

La trampa de la inmigración

Está muy extendida la impresión de que la inmigración podría ser el asunto central de la política europea en 2024. Así, a la hora de abordar el auge de la extrema derecha europea, muchos partidos mayoritarios han intentado neutralizar el asunto de la inmigración copiando las políticas de línea dura de los partidos de extrema derecha, tanto en sus propias políticas como en su apoyo a medidas duras en el ámbito comunitario. Sin embargo, aunque la inmigración está adquiriendo cada vez más prominencia, nuestros sondeos plantean dudas sobre esta estrategia.

En primer lugar, los resultados de nuestra encuesta muestran que la mayoría de los europeos no consideran que la inmigración sea el mayor reto al que se enfrenta la UE. En los últimos quince años, la UE ha experimentado cinco grandes crisis —la crisis migratoria, la guerra rusa contra Ucrania, la crisis económica mundial, la crisis climática y la pandemia de COVID-19—, todas las cuales han dejado su huella en la población y se han plasmado en unos electorados con cada vez más identidad política. En un reciente trabajo basado en una encuesta realizada entre septiembre y octubre de 2023, nos referimos a estas identidades como “tribus de crisis”, determinadas por las crisis que, a juicio de la gente, habían influido más en su forma de ver el futuro. En esa ronda de sondeos, la de la inmigración fue la tribu de crisis más pequeña. En nuestra encuesta en enero, hicimos la misma pregunta, pero añadimos la guerra de Gaza como sexta crisis. Los resultados muestran, una vez más, que la inmigración no es la crisis más trascendental para la mayoría de la gente. La tribu de la inmigración volvió a ser más pequeña que la mayoría de las demás crisis: a ella pertenecían el 15 por ciento de los encuestados, frente al 21 por ciento de la tribu económica, el 19 por ciento de la tribu de la COVID-19, el 16 por ciento de la tribu climática y el 16 por ciento de la tribu de la guerra de Ucrania. Solo la guerra de Gaza fue seleccionada con menos frecuencia: lo hizo únicamente el 4 por ciento de los encuestados.

Esta división se da dentro de los estados miembros y entre ellos. La tribu de la inmigración es desproporcionadamente grande en Alemania y Austria, pero en otros países es mucho menor que otras tribus. Por ejemplo, la tribu económica es la más numerosa en Grecia, Portugal, Italia y Hungría. La tribu de la COVID-19 es la más grande en España y Rumanía. La tribu más preocupada por la guerra de Ucrania es la predominante en Polonia y Suecia. Y la tribu del clima es la mayor en Francia y Países Bajos.

En segundo lugar, nuestros sondeos revelan que los votantes distinguen entre inmigrantes de distintos países y que tienen una opinión mucho más positiva de aquellos que creen conocer mejor y con los que sienten una mayor cercanía cultural. Por ejemplo, como señalamos en un trabajo anterior, los europeos tienden a ver la llegada de personas procedentes de otros países miembros y de Ucrania de forma más positiva que la de los inmigrantes de Oriente Próximo y África. (Alguno de los vecinos inmediatos de Ucrania son una preocupante excepción, sobre todo Polonia, donde el 40 por ciento de los encuestados afirmó que consideran a los inmigrantes ucranianos una “amenaza”.) Esto nos lleva a pensar que gran parte de la opinión pública está menos preocupada por el cierre de las fronteras y más por tener la capacidad de controlar el número de personas que llegan y el derecho a elegir quién es bienvenido.

En tercer lugar, nuestro sondeo reveló que la preocupación por la inmigración no se limita necesariamente a la inmigración (la llegada de personas). Un gran número de votantes europeos están tanto o más preocupados por la emigración (la gente que se va) de sus países que por las nuevas llegadas. De media, en los doce países encuestados, el 34 por ciento sostuvo que le preocupaba más la inmigración, pero el 16 por ciento dijo que más la emigración y el 31 por ciento, que le preocupaban ambas por igual.

Naturalmente, hay grandes variaciones de un país a otro en este respecto. La preocupación por la inmigración predomina en los países más ricos y en muchos de los países miembros que llevan más tiempo en la UE, como Países Bajos, Austria, Alemania y Suecia. Pero Suecia y Austria también tienen una cifra muy alta de la población a la que no le preocupa ni la inmigración ni la emigración. Y en seis países (Grecia, Hungría, Italia, Portugal, Rumanía y España), la mayoría está principalmente preocupada por la emigración o por ambas cosas por igual.

Nuestros sondeos apuntan, por tanto, a que la centralidad política de la inmigración no se deriva de que sea la crisis más aguda de Europa a ojos de sus habitantes, sino de que los partidos de derechas han logrado convertirla en un símbolo de los fallos de la UE. Fue a esta crisis, junto con la económica, a la que peor respondió la UE a juicio de los encuestados de nuestro estudio anterior.

Sin embargo, y más importante aún, ni siquiera los más preocupados por la inmigración suelen creerse a los partidos mayoritarios cuando adoptan políticas de extrema derecha. Los resultados de nuestras encuestas revelan que, a pesar de lo que digan o hagan los dirigentes políticos, los votantes sospechan que tienen intenciones ocultas, un fenómeno que denominamos “el auge de las mayorías suspicaces”. Cuando se trata de líderes de partidos proeuropeos, un gran número de votantes sospecha que, a pesar de lo que puedan decir o hacer en público, en realidad sí quieren abrir su país a inmigrantes y refugiados. No es de extrañar que este tipo de pensamiento prevalezca entre los votantes de los partidos antieuropeos: el 66 por ciento de los votantes de Ley y Justicia, el 57 por ciento de los votantes de AfD y el 53 por ciento de los votantes de Vox afirman que esta es una prioridad de Donald Tusk, Olaf Scholz y Pedro Sánchez, respectivamente. La misma intención atribuyen también a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, la mayoría de los votantes del partido Ley y Justicia (66 por ciento), Fidesz (60 por ciento) y AfD (50 por ciento). Por tanto, es difícil pensar que los votantes de un partido de extrema derecha puedan sentirse atraídos por los partidos mayoritarios solo porque esta intente imitar a la extrema derecha en materia migratoria.

Algunos partidos mayoritarios pueden estar adoptando posturas más duras en materia migratoria con una finalidad distinta: la fuga a la extrema derecha de la parte de su base de votantes más preocupada por la inmigración. Pero también es improbable que esto les funcione, dado que buena parte del electorado general sospecha que el líder proeuropeo de su país quiere abrirlo a los inmigrantes y refugiados; los porcentajes oscilan desde el 54 por ciento para el Partido Socialista en Portugal hasta el 38 por ciento para Emmanuel Macron en Francia. En dos países —Suecia y Austria— los jefes de gobierno, Ulf Kristersson y Karl Nehammer, han conseguido labrarse una reputación de guardianes de las fronteras de sus países. Solo el 16 por ciento de los suecos y el 26 por ciento de los austriacos piensan que su jefe de gobierno quiere abrir su país a los inmigrantes y refugiados. Pero es discutible que este enfoque esté ayudando a limitar el atractivo de la extrema derecha incluso en estos países, donde están prosperando los Demócratas de Suecia y el Partido de la Libertad de Austria, de extrema derecha.

Seguir las políticas de la extrema derecha en materia de inmigración conlleva muchos riesgos y no proporciona ninguna garantía de atracción o retención de los votantes más preocupados por la inmigración. Allí donde los partidos mayoritarios, como los Socialdemócratas daneses, han conseguido hacer retroceder a la extrema derecha, han logrado encontrar un enfoque sobre la inmigración en el que tenían credibilidad, a saber, la defensa del modelo social danés. Si los votantes no se creen los motivos subyacentes a un cambio de política, podrían considerar que no es auténtico y optar por el producto original de la extrema derecha, en lugar de la copia.

La paradoja del éxito de la UE

Cuando hablamos de las demás crisis a las que se ha enfrentado Europa en los últimos años, nuestros sondeos muestran que los partidos mayoritarios corren el riesgo de hacer hincapié en aquello que probablemente los hagan impopulares. Cuando los proeuropeos hablan de lo que consideran la quintaesencia de los éxitos europeos de los últimos años —la respuesta a la pandemia de COVID-19, el apoyo a Ucrania o el Pacto Verde Europeo—, en realidad podrían estar recalcando lo que, a ojos de muchos votantes, son sus mayores debilidades.

Esto puede resultar desconcertante para los dirigentes europeos que, en muchos aspectos, están justamente orgullosos de cómo han gestionado los riesgos de la COVID-19, apoyado a Ucrania e impulsado el Pacto Verde Europeo. Sin embargo, nuestros datos revelan que pocos de estos argumentos movilizarán a los votantes a su favor. Al contrario: se arriesgan a provocar más oposición que apoyo.

La primera razón es que muchos ciudadanos consideran la actuación de la UE ante varias de las crisis recientes en términos predominantemente negativos. Y, mientras que los éxitos duran poco en el recuerdo —quienes antes veían con buenos ojos la política de la UE en estos ámbitos ahora suelen darla por sentada—, la animadversión de los escépticos suele ser más longeva y se ha convertido en una parte estable de las identidades políticas.

Respecto a la COVID-19, hay una significativa brecha entre la autopercepción de la UE, según la cual actuó con acierto, y la percepción de gran parte de la opinión pública europea. Solo en Portugal y España son más los que piensan que la UE desempeñó un papel más positivo que negativo en la respuesta a la pandemia de COVID-19. No hemos realizado encuestas sobre políticas nacionales, pero nuestra impresión es que la decisión de los gobiernos —como los de Francia, Austria y Países Bajos— de imponer los confinamientos y las vacunaciones ha provocado una reacción libertaria en contra.

Esta brecha en las percepciones se extiende también a las demás crisis. Solo en Suecia, Portugal, Países Bajos y Polonia hay más personas que tienen una opinión positiva de la reacción de la UE ante la guerra de Ucrania; y en ninguno de los países encuestados se tiene una opinión mayoritariamente positiva del papel de la UE en la gestión de la crisis financiera. (En nuestra encuesta anterior también preguntamos por la gestión de la UE de la crisis climática y la inmigración, y descubrimos que en los nueve países miembros encuestados la mayoría consideraba que la UE había gestionado mal ambas crisis.)

El hecho de que —por primera vez en la historia de la UE— la presidenta en ejercicio de la Comisión Europea, Von der Leyen, se presente como candidata principal de una de las familias políticas, el Partido Popular Europeo, es una gran oportunidad para que la mayoría proeuropea cuente con una líder fuerte con legitimidad popular. Sin embargo, su candidatura también aumenta la tentación de los partidos mayoritarios de hacer su campaña comunicando los éxitos de la UE. Nuestros datos apuntan a que esto sería un error. Celebrar los éxitos de la UE podría convertir estos ámbitos en objetivos fáciles para los partidos de extrema derecha, cuyos electorados son especialmente negativos respecto a cómo ha acometido la UE las distintas crisis, y por tanto podrían acabar movilizando a más votantes que los partidos proeuropeos.

Y la raíz de estos problemas es mucho más honda. Una vez más, la percepción que los votantes tienen de los políticos no depende solo de sus medidas políticas, sino de los motivos que los votantes les atribuyen. Como muestra el gráfico anterior, en general, muchos europeos creen que los dirigentes de los partidos proeuropeos no solo quieren dejar entrar a los inmigrantes, sino que también conspirarían para subir los precios de la energía; algunos también creen que quieren transferir el poder político de su país a la UE. La mayoría de los líderes de los partidos mayoritarios son sospechosos de estos motivos, incluida Von der Leyen.

Y lo que es más importante: estas percepciones no solo están muy extendidas entre los votantes de extrema derecha, sino que tampoco son nada desdeñables entre los votantes de los partidos mayoritarios. Por ejemplo, en Alemania, el 28 por ciento de los votantes de la Unión Demócrata Cristiana y la Unión Social Cristiana (CDU/CSU) piensan que Scholz quiere, “por encima de todo”, subir los precios de la gasolina y la luz para ayudar a combatir el cambio climático. En Portugal y España, el 24 por ciento de los votantes de la oposición de centroderecha piensan lo mismo de los jefes de gobierno de sus países, ambos de izquierdas. En cuanto a los motivos de la UE, el 15 por ciento de los votantes de la CDU/CSU también creen que Von der Leyen —que, al fin y al cabo, procede de su familia política— busca, “por encima de todo”, transferir el poder de Berlín a Bruselas; además, el 28 por ciento afirma que quiere conseguir eso, pero que no es su prioridad. Las cifras correspondientes a los votantes del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) también son altas: el 14 por ciento cree que es la prioridad de Von der Leyen y el 36 por ciento que es uno de sus objetivos.

Las políticas climáticas de la UE son especialmente divisivas. En nuestra encuesta, les planteamos a los ciudadanos una hipotética disyuntiva entre dos objetivos: llevar adelante las ambiciones climáticas y evitar el aumento de la factura de la luz. En la mayoría de los países encuestados —salvo Suecia y Portugal— son más los que prefieren reducir la factura de la luz que privilegiar la acción por el clima. Sin embargo, la mayoría no eligió ninguna de estas dos opciones en ambos países. En cada uno de ellos, una gran parte —desde el 18 por ciento en Grecia hasta el 37 por ciento en Suecia— optó por limitar las emisiones de carbono. Y, por lo general, solo un tercio no eligió ninguna de estas dos opciones y prefirió no decidirse.

Un claro ejemplo del peligro de que los partidos mayoritarios den en sus campañas mucho relieve a las prioridades de la UE, como el Pacto Verde Europeo, es la reacción contra las políticas ecológicas en Alemania. Después de que el intento del Gobierno de renovar los sistemas de calefacción doméstica del país resultara excepcionalmente impopular, el Partido Verde alemán se hunde ahora en las encuestas con el mísero 13 por ciento. Los detractores alemanes de las políticas climáticas no suelen negar el cambio climático, pero sí cuestionan su ritmo. Parece haber una brecha de intensidad entre lo que piensan los votantes del Partido Verde sobre el cambio climático y lo que piensan los demás.

Desde el punto de vista electoral, los líderes europeos también se equivocarían si recalcaran demasiado el apoyo de Europa a Ucrania en vísperas de las elecciones. Mucha gente también considera la reacción de la UE ante la guerra de Rusia en términos negativos. Y existe una división (analizada en nuestro trabajo anterior) respecto a la política de la UE sobre la guerra entre los que creen que Europa debe apoyar a Ucrania en la liberación de todos los territorios ocupados y los que prefieren empujar a Ucrania a la negociación de un acuerdo de paz con Rusia. En este caso, son aún menos (normalmente no más del 30 por ciento) los que prefieren no decidirse. Y en varios países —sobre todo Alemania, Francia, Países Bajos y España— la gente está muy dividida entre las dos opciones. La diferencia clave en cuanto al resultado de la guerra en Ucrania, en comparación con la cuestión climática, es que también hay importantes diferencias geográficas: el apoyo a la lucha de Ucrania por recuperar todo su territorio prevalece claramente en Suecia, Portugal y Polonia, y la preferencia por un acuerdo de paz, en Hungría, Grecia, Italia, Rumanía y Austria.

Sin embargo, aun cuando una opción prevalece claramente sobre la otra, la cuestión de la guerra en Ucrania sigue siendo potencialmente divisiva. En Italia, Grecia y Austria, los gobiernos actuales apoyan a Ucrania en la recuperación de sus territorios, en contra de la opinión dominante en cada país. Por otra parte, en Polonia y Suecia, donde los gobiernos y la opinión pública apoyan en general a Kiev, algunos elementos de su política para Ucrania han provocado reacciones en contra, por ejemplo, contra los inmigrantes y los productos agrícolas ucranianos, lo que obliga a los líderes a poner el máximo cuidado en sus palabras sobre la guerra.

El auge de mayorías suspicaces —o incluso paranoicas— supone que las élites pueden convertirse fácilmente en víctimas del discurso intimidante de las primeras. Los líderes europeos corren el riesgo de centrarse demasiado en las políticas y parecer alejados de las principales preocupaciones de sus electores. Si los líderes quieren frenar el ascenso de la extrema derecha, tendrán que encontrar una forma más auténtica de hacer campaña.

Cuatro estrategias alternativas para los partidos mayoritarios

Si los políticos proeuropeos se atienen a la teoría generalmente aceptada sobre las elecciones al Parlamento Europeo de 2024, pueden acabar movilizando por accidente a las fuerzas antieuropeas, en lugar de a sus propios votantes. Pero si es improbable que los partidos mayoritarios prosperen alineándose con la derecha en materia de inmigración y hablando de los éxitos de la agenda de la UE, ¿cómo pueden hacer frente al auge de la extrema derecha?

Sobre todo, deben recordar que, en las elecciones al Parlamento Europeo se vota, ante todo, en clave nacional. Para minimizar el triunfo de la extrema derecha, los partidos mayoritarios deben buscar formas concretas a nivel nacional de movilizar a los votantes que apoyan un programa orientado hacia el exterior, al tiempo que trabajan para reducir los resultados de los euroescépticos. Vemos cuatro vías principales hacia esa estrategia:

1. Poner la polarización sobre la UE al servicio de los partidos mayoritarios

En las elecciones al Parlamento Europeo de 2019, los partidos proeuropeos las convirtieron, en la práctica, en una votación por la supervivencia de la UE. Consiguieron convencer a los votantes de que los partidos de extrema derecha pretendían abandonar la UE y seguir los pasos del Brexit y de Donald Trump. Esta vez será mucho más difícil, y podría acabar ayudando a los partidos euroescépticos de muchos países.

En países como Francia e Italia, una estrategia centrada en Bruselas será probablemente contraproducente. Los partidos de extrema derecha de estos países se han desmarcado y desdiciéndose de sus promesas de abandonar la UE y la eurozona, por lo que las afirmaciones sobre salvar a Europa no serían creíbles. Además, es probable que estos partidos se beneficien de una campaña centrada en Ucrania, la COVID-19 o el cambio climático, que movilizará de forma desproporcionada a los votantes de los partidos antieuropeos. Por tanto, ni una campaña para conseguir el voto ni un intento generalizado de polarización beneficiarán a los partidos proeuropeos.

Aunque es poco probable que funcione una campaña generalizada para salvar a la UE, hay potencial para una estrategia polarizadora eficaz en países donde la extrema derecha es percibida como radical al margen de su propia base de votantes.

Es lo que ocurre sobre todo en Alemania, donde un gran número de votantes cree que una de las prioridades de la AfD es que Alemania abandone la eurozona y la UE. Las multitudinarias manifestaciones contra la extrema derecha que tuvieron lugar en toda Alemania a principios de este año demuestran que la amenaza del ascenso de la AfD tiene un fuerte potencial movilizador para los partidos mayoritarios. También existe potencial para un planteamiento de este tipo en Polonia, Austria, Francia, Suecia y los Países Bajos, donde gran parte de la población teme que los populistas de sus países quieran abandonar la UE o la eurozona, o que la UE se desmantele. En Polonia, Países Bajos, Alemania, Austria y Suecia, las mayorías de los votantes que apoyan a partidos distintos de Ley y Justicia, PVV, AfD, FPÖ o los Demócratas de Suecia consideran que salir de la UE es un objetivo prioritario del principal partido antieuropeo de su país.

Polarizar las elecciones en torno a las posturas ante la UE no dará resultado en los países donde la extrema derecha ha pulido su imagen, pero sí podría funcionar para combatir a los partidos que tienen recorrido como partidos mayoritarios, pero que han virado a la derecha (como Ley y Justicia o Fidesz).

2. Desmovilizar a los euroescépticos, movilizar a la corriente dominante

Los líderes proeuropeos tienen muchos motivos de preocupación por las elecciones. Los europeos están agotados por las crisis y un importante bloque de votantes considera negativa la respuesta de la UE a cada una de las crisis que han sacudido el continente en los últimos quince años. Muchos de ellos manifiestan en la actualidad su apoyo a partidos antieuropeos. Pero muchas de estas personas podrían no votar. De hecho, es posible que un alto porcentaje de quienes expresan simpatía por los partidos antieuropeos no solo hayan perdido la esperanza en la UE —o en los partidos mayoritarios—, sino en la política en general.

Antes, los afines a la extrema derecha eran menos propensos a votar que los afines a los partidos mayoritarios; al fin y al cabo, ¿por qué iban a molestarse en votar en unas elecciones para una institución que muchos de ellos preferirían abolir? En algunos países (como Países Bajos, Polonia y Suecia), los votantes de los partidos antieuropeos siguen estando menos movilizados que los de sus rivales proeuropeos.

Sin embargo, en algunos de los países más influyentes de la UE (como Austria, Francia y Alemania), los votantes de los partidos antieuropeos están ahora muy movilizados, a veces incluso más que los votantes los partidos mayoritarios. Los votantes de AfD, por ejemplo, figuran entre los diez electorados de partido más movilizados de los doce países encuestados; es más probable que voten en las elecciones al Parlamento Europeo que los votantes de la CDU/CSU o el SPD. En Francia, aproximadamente el mismo número de votantes de La République en Marche (LREM) y de la Agrupación Nacional dicen que votarán “sin duda”: el 63 por ciento y el 61 por ciento , respectivamente.

En estos países, por tanto, la campaña tendrá que apuntar en gran medida a la movilización. Los partidos proeuropeos tienen que trabajar para movilizar a sus propios votantes, por ejemplo, insistiendo en lo que está en juego en estas elecciones, destacando los riesgos de una movilización asimétricamente alta entre los antieuropeos en diferentes ámbitos (como las leyes medioambientales, sociales y económicas de la UE), o planteando las elecciones al Parlamento Europeo como una prueba para comprobar si se puede frenar a la extrema derecha a nivel nacional (cuestión de especial relevancia en Austria, Francia, Alemania y España, dadas las próximas elecciones nacionales).

No obstante, los partidos mayoritarios también deben buscar formas de disuadir a los afines a los partidos antieuropeos de votar a estos. Aunque es poco probable que cambien de bando, sí podrían no votar, si no son incitados a ello por unas elecciones centradas en temas que movilizan a la extrema derecha, como la inmigración, o por su percepción de las políticas negativas en materia de COVID-19, climática y Ucrania.

3. Centrarse en otras crisis para atraer a los votantes indecisos

En algunos países, los proeuropeos deberían tratar de contrarrestar la obsesión migratoria de los partidos de extrema derecha para dirigirse a los votantes indecisos que tienen preocupaciones más amplias.

Por ejemplo, en Francia, el resultado de la LREM de Macron depende en gran medida de si consigue atraer al 24 por ciento de los votantes que aún no saben a quién votar en las elecciones al Parlamento Europeo. Obviamente, estas personas están menos movilizadas, pero no del todo desmovilizadas. De ellos, el 21 por ciento dice que votará sin duda, y otro 31 por ciento dice que probablemente lo hará. El 10 por ciento de los votantes indecisos considera que las elecciones son “muy importantes” para su futuro, y otro 30 por ciento dice que son “bastante importantes”.

Y lo que es más importante: el 37 por ciento de ellos no votó en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas de 2022, pero el 44 por ciento de los que sí lo hicieron votó a Macron, frente al 19 por ciento que votó a Le Pen. Se trata, por tanto, de un conjunto de personas que ya han votado a Macron al menos una vez.

En la mayoría de los países, las mujeres están sobrerrepresentadas entre los votantes indecisos. Representan el 75 por ciento de los que responden “no sabe” en Francia, el 73 por ciento en Austria, el 71 por ciento en España, el 69 por ciento en Polonia y el 66 por ciento en Alemania. Algunas de ellas podrían sentirse atraídas por partidos que demuestren su interés y credibilidad a la hora de tratar las preocupaciones comunes en las mujeres, por ejemplo, en torno a las leyes sobre el aborto, la igualdad en el entorno laboral y los derechos de las minorías. Polonia dio un ejemplo prometedor en este sentido el año pasado, cuando un insólito nivel de movilización de las mujeres ayudó a expulsar al gobierno conservador y euroescéptico.

4. Plantear el argumento geopolítico a favor de Europa

La mayor dificultad para los partidos proeuropeos puede ser encontrar la manera de hablar de geopolítica. Una de las decisiones estratégicas clave que deben tomar al preparar su campaña es cuánta atención deben dedicar a la guerra en Ucrania y qué lenguaje utilizar al hablar de ella.

Por un lado, los más partidarios de Kiev no querrían que esa guerra quedara relegada a un segundo plano, ya que eso dificultaría aún más la continuidad del apoyo financiero y militar. Pero desde el punto de vista político, para los partidos mayoritarios sería peligroso que la guerra en Ucrania se convirtiera en un campo de batalla clave en las próximas elecciones. Muchos partidos antieuropeos podrían entonces aprovecharse de la fatiga de la guerra de la población europea. También existe el riesgo de que describir a la extrema derecha como aliada o facilitadora de Vladimir Putin pueda deteriorar el amplio consenso contra Putin que ha surgido desde la invasión total rusa de Ucrania.

Basándonos en los resultados de nuestras encuestas, creemos que convertir la guerra de Ucrania en el eje central de la campaña sería contraproducente para los partidos proeuropeos. Para empezar, solo el 10 por ciento de los europeos encuestados cree que Ucrania puede ganar la guerra. Los europeos también tienen sentimientos encontrados sobre la actuación de la UE ante la guerra y sobre su estrategia de cara al futuro. Convertir Ucrania en un tema central podría reforzar la oposición y avivar los temores sobre la amenaza que supone para la agricultura, la industria y la sociedad europeas en muchos países miembros.

Por otro lado, hay un espacio poco explorado para un argumento geopolítico a favor de Europa en relación con Trump, ante el cual los europeos son menos ambivalentes. Como señalamos en nuestro estudio anterior, la gran mayoría de los votantes europeos se sentirán decepcionados si gana las elecciones estadounidenses este otoño (Fidesz es el único partido cuyos votantes estarían, en su mayoría, satisfechos por este resultado). Y a los europeos les preocupa sobre todo que le dé a Putin una victoria en Ucrania. La posibilidad de que Trump gane podría darles a algunos líderes europeos la oportunidad de centrarse en la soberanía europea y distanciarse de Estados Unidos durante la campaña. En lugar de hablar del éxito de la UE en su apoyo a Ucrania, los líderes proeuropeos podrían enmarcar el debate en la necesidad de que la UE sea más autónoma y se tome más en serio su defensa frente a la amenaza rusa.

Irónicamente, la posibilidad de un segundo mandato de Trump podría abrirles los ojos a los votantes europeos respecto a la importancia de mantener una jefatura proeuropea en el próximo Parlamento Europeo. Cuando Trump pone en entredicho la estabilidad de las garantías de seguridad estadounidenses, los europeos deberían ser conscientes de la importancia de poder confiar en sus compañeros de la UE y en las estructuras de la UE. A diferencia de las anteriores elecciones al Parlamento Europeo, en las que varios partidos antieuropeos esperaban beneficiarse de la victoria electoral de Trump, este podría en esta ocasión movilizar a los proeuropeos incluso antes del resultado de las elecciones estadounidenses. 

Las utilidades de la adversidad

La crisis de la democracia europea —y la posibilidad de un auge de la extrema derecha— son reales, pero las próximas elecciones no tiene por qué ser testigo de cómo la extrema derecha eclipsa a los partidos mayoritarios.

Los partidos proeuropeos tienen la oportunidad de salir mucho mejor parados de lo que muchos esperan, y con una mayoría viable en el Parlamento Europeo. Sin embargo, para que esto ocurra, los líderes europeos deben desprenderse de algunos de los mitos con los que conviven actualmente, recuperar la iniciativa a la hora de fijar los términos del debate.

No deberían basar estas elecciones en la cuestión migratoria o en los aciertos de la última Comisión Europea. Ni tampoco deben elegir entre una estrategia de polarización o de fragmentación a escala europea. En su lugar, deberían adoptar un conjunto de estrategias nacionales diferenciadas como las ya expuestas para movilizar a sus partidarios sin provocar a los votantes de extrema derecha.

Esto debería incluir una nueva defensa geopolítica de Europa, que no intente movilizar a la gente por solidaridad con Ucrania, sino por una preocupación por la soberanía y la seguridad europeas. Ante la incertidumbre en la política estadounidense y la agresión de Putin, los proeuropeos deberían argumentar que nos encontramos en un momento en el que, si la UE no existiera, habría que inventarla.

Metodología

Este informe se basa en una encuesta de opinión pública entre la población adulta (mayor de dieciocho años) realizada en enero de 2024 en doce países europeos (Alemania, Austria, España, Francia, Grecia, Hungría, Italia, Países Bajos, Polonia, Portugal, Rumanía y Suecia). El número total de encuestados fue de 17.023.

Los sondeos fueron realizados en línea por Datapraxis y YouGov en Austria (4-11 de enero, 1.111 encuestados), Francia (2-19 de enero, 2.008), Alemania (2-12 de enero, 2.001), Grecia (8-15 de enero, 1.022), Hungría (4-15 de enero, 1.024), Italia (5-15 de enero, 2.010), Países Bajos (5-11 de enero, 1.125), Polonia (2-16 de enero, 1.528), Portugal (3-15 de enero, 1.037), Rumanía (4-12 de enero, 1.030), España (2-12 de enero, 2.040) y Suecia (2-15 de enero, 1.087).

Sobre los autores

Ivan Krastev es presidente del Centre for Liberal Strategies de Sofía y fellow permanente del Instituto de Ciencias Humanas de Viena. Es autor de ¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo, entre muchas otras publicaciones.

Mark Leonard es cofundador y director del European Council on Foreign Relations. Es autor de The Age of Unpeace: How Connectivity Causes Conflict. También presenta World in 30 Minutes, el pódcast semanal del ECFR.

Agradecimientos

Esta publicación no habría sido posible sin el extraordinario trabajo del equipo Unlock del ECFR, en particular de Pawel Zerka, que aportó una visión analítica clave de los datos y ayudó a afinar los argumentos de los autores, así como de Gosia Piaskowska y Linda Hanxhari, que arrojaron luz sobre algunas de las tendencias más importantes. Flora Bell fue una magnífica correctora de varios borradores y mejoró enormemente la fluidez narrativa del texto. Andreas Bock se encargó de la difusión estratégica en los medios, Nastassia Zenovich de la visualización de los datos y Anand Sundar de los sucesivos borradores. Los autores también quieren agradecerle a Paul Hilder y su equipo de Datapraxis su colaboración en el desarrollo y análisis de los sondeos europeos referidos en el informe. A pesar de estas contribuciones, cualquier error es responsabilidad de los autores. El ECFR ha colaborado en este proyecto con la Fundación Calouste Gulbenkian.

Policy Brief traducido por Verónica Puertollano

El Consejo Europeo de Relaciones Exteriores no adopta posiciones colectivas. Las publicaciones de ECFR solo representan las opiniones de sus autores individuales.