La factura a Apple no es proteccionismo

Los conflictos internacionales son inevitables cuando los gobiernos desafían a las multionacionales y sus excesos.

También disponible en

Las emociones están a flor de piel tras la orden de la Comisión Europea al gobierno irlandés de recuperar 13 mil millones de euros en impuestos no pagados por Apple, con el gobierno estadounidense amenazando con represalias. Tras la decisión de Reino Unido de abandonar el bloque comercial más grande del mundo y las declaraciones de políticos alemanes y franceses sobre las negociaciones condenadas al fracaso del TTIP, muchos comentaristas han sugerido que el “proteccionismo” de la Unión Europea constituye una amenaza a la integración económica global.

Esto es ir demasiado lejos. El proteccionismo se define como aquellas medidas que protegen a las compañías domésticas contra la competición extranjera. Es muy difícil encajar la multa a Apple en esta definición. Apple ha utilizado una compleja estructura fiscal para aprovechar las características idiosincráticas de los sistemas fiscales estadounidense e irlandés, lo que básicamente deja partes de sus ganancias libres de impuestos en cualquiera de las dos jurisdicciones. Cerrar este vacío legal y recuperar impuestos no pagados no es una política específicamente dirigida contra las compañías estadounidenses. Es más, no está claro qué competidor doméstico se estaría protegiendo: en la línea de negocio de Apple, simplemente, no hay ningún proveedor europeo.

También merece la pena comparar el caso de Apple con las recientes multas de Estados Unidos a empresas europeas. El fabricante de automóviles alemán Volkswagen tuvo que desembolsar 15 mil millones cuando burló las normas sobre emisiones, y el banco francés BNP Paribas recibió una multa de 8,9 mil millones por romper las sanciones comerciales americanas en Sudán, Irán y Cuba.

En comparación con estos casos, la multa a Apple resulta relativamente benigna. Después de todo, Volkswagen y BNP Paribas estaban compitiendo contra empresas automovilísticas y financieras estadounidenses. Y mientras que Apple puede encargarse de estas obligaciones fiscales con sus reservas de liquidez inactivas, la multa de 15 mil millones a Volkswagen carcome su presupuesto de investigación y desarrollo, disminuyendo su habilidad para competir en un futuro. No es de extrañar que los políticos franceses y alemanes se hayan preguntado, al menos a puerta cerrada, si General Motors o Goldman Sachas habrían recibido estas mismas multas por los mismos crímenes.

Pero, ¿podría Apple haber tenido “expectativas legítimas” de que su ingeniería fiscal fuera legal (a diferencia de las actividades de Volkswagen y BNP Paribas), lo cual haría que una recuperación de impuestos retroactiva fuera injusta? Después de todo, el gobierno irlandés había asegurado a Apple que su estructura impositiva era legal. Pero hay que recordar que, al menos en la mayoría de tradiciones legales europeas, las expectativas legítimas tienen un límite. Si la estructura escogida para la compañía significaba que pagaba una tasa inferior al 1% en impuestos mientras que la mayoría de tasas establecidas (y pagadas por la mayoría de empresas europeas) rondan los dos dígitos, los gestores de Apple deberían haber sabido que algo fallaba.

Si yo me paseo por un mercado en Bangkok y compro una docena de iPhones nuevos por 50€ para mi familia y mis amigos, incluso si el vendedor firma un formulario certificando que la compra es legal, no debería sorprenderme si me confiscan los iPhones en el control de aduanas en Europa por contrabando. De igual modo, si Apple escoge una estructura fiscal compleja y sospechosa, incluso si le aseguran que es legal en un principio, no debería quejarse. No hay manera económica ni moral de justificar una carga fiscal tan absurdamente baja, y corregir esta mala conducta no es proteccionismo.

En su lugar, lo que demuestra este caso es que los conflictos internacionales son inevitables cuando los gobiernos cuestionan los excesos de las corporaciones multinacionales, porque cualquiera de estos intentos tendrá su impacto en otros países.

Esto se aplica en los dos casos citados anteriormente. Para poder pagar su multa a Estados Unidos, Volkswagen tuvo que utilizar ingresos que habrían computado hacia su ganancia fiscal en Alemania. En el sistema fiscal alemán, esto afecta desproporcionadamente a los municipios en cuestión. En consecuencia, Wolfsburgo, la ciudad donde se encuentra la planta de producción principal de Volkswagen en Alemania, ha tenido que realizar importantes recortes de gasto público. El banco más importante de Francia, BNP Paribas, también ha salido bastante debilitado de la multa.

Es una ilusión que podamos impulsar el comercio internacional de bienes, servicios, capital y propiedad intelectual sin integrar también las estructuras que supervisan, regulan y gravan a las multinacionales. Si un gobierno nacional (o la UE) quiere continuar regulando sus mercados y recaudando sus impuestos para financiar bienes públicos (la propia esencia de los gobiernos) sin estructuras supranacionales, siempre habrá tensiones.

El Consejo Europeo de Relaciones Exteriores no adopta posiciones colectivas. Las publicaciones de ECFR solo representan las opiniones de sus autores individuales.