Una ambición, muchos problemas: Por qué el sueño del gas italiano puede acabar en pesadilla
La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y su Gobierno han revivido las ambiciones de Italia de convertirse en un ‘hub’ de gas para Europa
La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y su gobierno han reavivado las ambiciones de Italia de convertirse en un centro gasístico para Europa. En sus primeros 100 días en el poder, Meloni ha mostrado una considerable iniciativa en la región mediterránea, firmando un acuerdo gasístico de 8.000 millones de dólares con la corporación petrolera nacional libia para explotar dos yacimientos libios de gas en alta mar, y reafirmando su compromiso de una mayor cooperación energética con Argelia. Esta aspiración no es nueva, pero los intentos anteriores se vieron obstaculizados por circunstancias técnicas, económicas y geopolíticas. El éxito del plan de Meloni se verá limitado por los mismos factores si no forma parte de una estrategia energética europea más amplia.
El objetivo de transformar Italia en un centro energético se remonta a la década de 1990, cuando se puso en marcha el gasoducto transmediterráneo que conectaba Italia con Argelia (a través de Túnez), seguido del gasoducto Greenstream entre Sicilia y Libia a principios de la década de 2000. La creciente demanda europea de gas animó entonces a Roma a empezar a construir nuevas infraestructuras en el Mediterráneo. Algunos proyectos se completaron, como el gasoducto transadriático, que lleva gas de Azerbaiyán al sur de Italia, mientras que otros se quedaron sobre el papel, como el gasoducto «Galsi» (que debía unir Argelia y el norte de Italia a través de Cerdeña) y el gasoducto EastMed, que debía traer gas del Mediterráneo oriental.
Estos proyectos nunca vieron la luz por varias razones. La primera era de carácter técnico-económico. La revolución del gas de esquisto, su transportabilidad como gas natural licuado (GNL) y los bajos precios aumentaron la disponibilidad de gas a nivel mundial, haciendo que algunas de estas inversiones dejaran de ser económicamente viables. La segunda razón fue geopolítica. Tras las revueltas árabes de 2011 y la consiguiente inestabilidad en el norte de África, la implicación en la región pasó a considerarse demasiado arriesgada. Los gobiernos europeos empezaron a percibir a Rusia —erróneamente— como un socio más fiable y barato. Varios países europeos, como Alemania, empezaron a presionar más para que la seguridad energética europea se vinculara a Moscú, mientras que Estados Unidos daba luz verde a proyectos como Nord Stream 2. Las buenas relaciones de Roma con el Kremlin acabaron por hacerla renunciar a su ambición de desempeñar un papel estratégico en este ámbito.
La evolución actual del escenario geopolítico ha reavivado la ambición italiana de desempeñar un papel protagonista en la seguridad energética europea. Las relaciones de Europa con Rusia, independientemente del resultado de la guerra en Ucrania, seguirán siendo tensas durante un largo e indefinido periodo de tiempo. Los países europeos ya están deslocalizando la producción energética hacia el Mediterráneo y Oriente Próximo. Meloni ha prometido que Italia no busca un papel «depredador» en Libia o Argelia, argumentando que el plan del gas se inspiró en Enrico Mattei, fundador en la posguerra de la compañía energética estatal italiana ENI, que fue la primera gran empresa occidental en ofrecer tratos justos a los países productores de petróleo. El predecesor de Meloni, Mario Draghi, también firmó numerosos acuerdos con países productores de gas en un esfuerzo por encontrar alternativas al gas ruso lo antes posible. Gracias a esos esfuerzos, desde la invasión rusa de Ucrania, Italia ha reducido drásticamente su uso de gas ruso del 40% al 16% de su consumo total de gas.
Sin embargo, la ambición de Italia de convertirse en un centro gasístico se enfrenta a varios obstáculos importantes —y legítimos—. En primer lugar, esta estrategia se centra en ganancias a corto plazo, sin tener en cuenta consideraciones técnicas. Con el Pacto Verde Europeo, la Unión Europea se ha comprometido a una transición energética verde, con el objetivo de alcanzar la neutralidad climática en 2050. Según algunas estimaciones, las necesidades europeas de gas en 2030 podrían ser entre un 30% y un 50% inferiores a las de 2019, lo que significa que las inversiones en infraestructuras de exploración y desarrollo podrían no ser rentables, sobre todo teniendo en cuenta el tiempo necesario para poner en marcha las infraestructuras necesarias. Los analistas han advertido de que, para garantizar la seguridad energética, es necesario sustituir rápidamente los combustibles fósiles por energías renovables, sobre todo ante el aumento de la población mundial. La Agencia Internacional de la Energía indica que la demanda de energía mundial disminuirá un 23% en 2050 con respecto a 2021, y el suministro de gas se reducirá un 90%.
Italia podría justificar la construcción de nuevas infraestructuras de gas si pudiera convertir la red para transportar hidrógeno más limpio con bastante facilidad. Pero los gasoductos existentes solo permitirían transportar pequeñas cantidades de hidrógeno. Dado que se prevé una disminución de las necesidades energéticas, sería preferible optar por infraestructuras ad hoc en lugar de reutilizar los gasoductos existentes. Estas mismas consideraciones han llevado a España y Francia a alcanzar un acuerdo para la construcción de un gasoducto en el Mediterráneo occidental dedicado exclusivamente al hidrógeno. La validez de estas iniciativas depende en última instancia de las decisiones de la UE sobre la combinación energética para el sector industrial, que harán o desharán la estrategia italiana.
El segundo obstáculo legítimo también está relacionado con la estrategia de la UE: sin una renovación de las inversiones políticas y económicas europeas en la orilla sur del Mediterráneo, la inseguridad, las crisis políticas y la falta de una gobernanza clara limitarán las iniciativas italianas en la región. El proceso de deslocalización hacia el sur por parte de la UE debe ir acompañado de iniciativas de inversión más amplias que apoyen la estabilización de la zona a largo plazo. La UE puso en marcha varios mecanismos de inversión justo antes de la invasión rusa de Ucrania, como el Global Gateway para impulsar infraestructuras inteligentes, limpias y seguras en los sectores digital, energético y de transportes en todo el mundo. Pero parece indecisa a la hora de desempeñar un papel político más destacado en la región, dejando que los Estados miembros desarrollen diversos acuerdos bilaterales con los países de la región.
Por último, Europa podría caer en los mismos escollos geopolíticos del pasado si confía la seguridad energética europea a actores volubles y antidemocráticos, algunos de los cuales —como Argelia— podrían seguir en la órbita de Moscú. Al forjar un nuevo acuerdo en Libia con el gobierno de Dbeibah, cuya legitimidad internacional es muy frágil, el gobierno de Meloni ha dado más peso a un actor que se ha opuesto a las elecciones en el pasado, al tiempo que ha ayudado a las Naciones Unidas a impulsar una nueva hoja de ruta para el país. Algunos analistas han argumentado que el creciente interés de Italia por la seguridad energética también podría ayudar a la estabilidad de la relación Argel-UE y a la salud económica libia. Pero aunque así sea, el plan italiano no puede tener éxito si se desvincula de una estrategia europea más amplia.
No faltan competidores que se disputan el liderazgo de la seguridad energética europea: España ha puesto sus miras en las terminales de regasificación y posee capacidades adecuadas para recibir GNL de EEUU, pero no cuenta con infraestructuras suficientes para suministrarlo a otros países; Noruega sigue siendo un importante productor de energía y también se está centrando en el hidrógeno a través de una asociación reforzada con Alemania, además de haber construido el mayor parque eólico marino del mundo.
Aún queda mucho para llegar a una verdadera unión energética europea, pero la UE ha creado varios mecanismos de coordinación, entre ellos un conjunto de medidas para hacer frente a la subida de los precios de la energía. Dado el papel crucial de la UE en la determinación de la combinación energética para la región y las inversiones para los países socios, las ambiciones de Italia solo pueden tener éxito en combinación con un planteamiento europeo más amplio. Por tanto, el Gobierno italiano debería implicarse más en los planes europeos y desarrollar una mayor capacidad para influir en las decisiones a escala europea, especialmente en el contexto del nuevo Plan Industrial Green Deal. De lo contrario, sus ambiciones se verán socavadas una vez más por preocupaciones técnicas, económicas y geopolíticas europeas más amplias.
Versión original en inglés, traducción al español publicada por El Confidencial.
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