Tres razones por las que Occidente no debería olvidarse de Ucrania
Europa no puede permitirse dejar morir a la Nueva Ucrania, y el ímpetu del pueblo ucraniano luchando por unirse a Europa debería servir de inspiración a la vieja guardia europea para construir también una Nueva Europa
Ucrania ya estaba alejándose del radar de Occidente el pasado verano. En el este de Ucrania, se prepararon importantes ofensivas militares, pero finalmente no se produjo un estallido de violencia y enfrentamientos comparable al derramamiento de sangre de 2014. Algo similar a un alto el fuego fue establecido desde septiembre, si bien no dejaron de producirse frecuentes violaciones y bajas. Y al mismo tiempo que el acuerdo de alto el fuego podría estar en peligro de venirse abajo una vez más, la crisis migratoria ha captado casi en su totalidad la preocupación de los líderes europeos, incluso antes de los atentados de París.
Pero incluso si Occidente tiene ahora otras prioridades, Ucrania aún es parte del gran escenario estratégico europeo. Hay tres razones fundamentales por las que no puede ser relegada a un segundo plano.
El acercamiento con Rusia ante la amenaza de Estado Islámico no funcionará
La tentación, especialmente para Francia, de flirtear con Putin sobre Siria solo funcionará a muy corto plazo. Putin es el Yin del Yang de Hollande. Putin fue capaz de ofrecer el discurso duro y la ilusión de una rápida respuesta contra Estado Islámico que los líderes occidentales podrían ansiar, pero que sus sistemas políticos y culturales les impiden realizar. Incluso en simples términos de vocabulario, Hollande habló de “guerra”, pero no de “venganza”; mientras Putin no tuvo tantos reparos. Putin pudo lanzarse a la aventura de un bombardeo instantáneo que por otro lado, en Occidente, es mucho más complejo y lento de organizar –la versión televisiva, al menos- y tapó el hueco existente entre el envío de vuelos simbólicos inmediatos y la participación de Reino Unido en los bombardeos en diciembre.
Sin embargo, varios políticos europeos, especialmente en Francia, se han apresurado a respaldar la idea de Rusia como un socio global y estratégico, dejando al margen sus acciones en Ucrania. En Octubre Nicolas Sarkozy declaró en Moscú que «el mundo necesita a Rusia», y contrarrestó las declaraciones de Obama según las cuales «Rusia es [sólo] una potencia regional» al decir que «el destino de Rusia es el de recuperar su estatus de gran potencia global y no sólo una potencia regional». Dos días antes de los ataques de París, Frank Walter Steinmeier dijo que “necesitamos que Rusia esté en la mesa de la responsabilidad política global para poder gestionar los retos a los que nos enfrentamos en otras regiones del mundo”.
Pero para Rusia no hay nada más en juego en Siria que un impulso de su imagen internacional a corto plazo y una idea reforzada de Rusia como «gran actor global». Y en esto ha tenido un éxito parcial. Ha conseguido renovar sus ambiciones globales y desplazar del punto de mira, aunque solo temporalmente, su desventura en Ucrania. Un análisis más profundo revela que Rusia ha estado sobre todo bombardeando a los rebeldes enemigos de su aliado Al-Assad, no al Estado Islámico. Además, para haber lanzado discursos de venganza elevados de tono, el patrón prácticamente no ha cambiado desde el derribo del Vuelo 9268. Incluso de forma aún más significativa, Rusia no ha desviado decisivamente sus objetivos después de las atrocidades de París del 13 de noviembre. Rusia tiene incluso un interés a corto plazo en el mantenimiento del Estado Islámico como elemento desestabilizador en Siria –aplicando una dura presión adicional sobre la oposición a Assad y desviando militantes desde el Cáucaso norte.
Es probable, pues, que Rusia no se una a la coalición anti-ISIS desde una posición sustantiva. Su prioridad sigue siendo la asistencia al régimen de Assad y sus aliados iraníes en la estabilización de su control sobre el oeste y el norte del país. Rusia busca asimismo limitar la influencia americana tanto como pretende expandir la suya propia. Está disfrutando la exhibición de los frutos de su reforma militar post-2008, en Siria. Pero también está demostrando sus límites. Según el experto de ECFR Gustav Gressel; “el despliegue en Siria no se sustenta en los principales puntos fuertes de las fuerzas armadas, o en la visión militarista de Moscú”, y la opinión pública rusa se muestra precavida sobre cualquier tipo de involucración sobre el terreno.
Finalmente, Rusia no tiene una visión demasiado matizada del juego diplomático. Quiere obtener vía libre en Ucrania y modificar la posición de Occidente hacia la supervivencia del régimen de Assad. Pero Putin no está preparado para sacrificar su primera aspiración para lograr la segunda, o viceversa. Definitivamente, podemos prever que Rusia solo cooperará realmente en Siria si aceptamos la visión y la política de Moscú en la región, sin ningún tira y afloja ni negociaciones al respecto. El discurso que defiende la necesidad de Rusia para enfrentar el problema sirio ha servido como una excusa muy conveniente, casi una oportunidad de culpar a Rusia por la falta de una verdadera política occidental. Si hubiéramos contado con esa política, Rusia habría tenido muy poco margen para obstaculizarla.
Aceptar a Ucrania como “esfera de influencia” rusa no funcionará
Y si el intercambio es olvidar Ucrania, ello tampoco funcionará.
Partes significativas de la izquierda europea se han creído el mito de que la expansión de la OTAN liderada por Estados Unidos fue la causa clave de la crisis de Ucrania. Partes significativas de la derecha europea se han creído el mito de que una Unión Europea “militarista y expansionista” fue la razón principal, expandiendo en exceso su imperfecto proyecto a los débiles Estados europeos del este sin la capacidad o el deseo de adoptar el acervo comunitario, cuando la UE no contaba ni con la capacidad ni con la voluntad de protegerles de una hipotética reacción rusa. Lógica pero absurdamente, ambos extremos asumen por tanto que la situación será más estable sin la interferencia occidental que causó el problema en primer lugar, y estarían por la labor de, o confinar a Ucrania como esfera de influencia rusa, o decirle al país que, incluso si nominalmente es independiente, no tiene más remedio que convivir con Putin.
Así que Occidente debe tener en cuenta que no tiene la responsabilidad, la capacidad o la voluntad de forzar a Putin al cambio. A Putin no se le está diciendo que debe acostumbrarse a convivir con el Estado ucraniano. Pero una esfera de influencia rusa no es la receta para la paz o la estabilidad. Demasiados ucranianos se resistirían; tanto por razones patrióticas como por la renovada corrupción y pérdida de perspectiva europea que ello conllevaría. Y Rusia no entendería el porqué de esa resistencia y rechazo; porque no entiende la animadversión de un nuevo Estado nacional en proceso de construcción, que ha sido la fuerza subyacente de la revolución en Ucrania desde 2013. El Kremlin asumiría que cualquier acto de rebelión estaría secretamente apoyado por Occidente. Y de este modo estaríamos de vuelta en una confrontación directa. El problema podría no quedar limitadamente concentrado esta vez en una remota parte de Europa.
Los Estados débiles no estallan silenciosamente en una esquina. Garantizar a Rusia sus aspiraciones en Ucrania y en otros lugares del vecindario europeo significaría dar consentimiento a la campaña de lo que Rusia llama “des-soberanización”. Occidente es en parte cómplice por no tomarse con suficiente seriedad la soberanía de Estados como Ucrania; pero Rusia no se queja de que haya Estados débiles o incluso fallidos en sus fronteras –está creándolos activamente. En su conclusión lógica, una “des-soberanización” completa desmantelaría el marco de la OSCE, la OMC e incluso Bretton Woods; y de ello todo el mundo en Occidente saldría perjudicado. Si Rusia es capaz de interpretar su intervención como un “éxito”, entonces recurrirá al mismo patrón de nuevo en otros lugares.
El desorden en Ucrania no era un problema cuando Putin intervino para “proteger” a los locales rusos en 2014. Pero es más probable que Ucrania caiga en el desorden social en una situación de aislamiento o de dominación por parte de Rusia. Ha habido muchos pronósticos prematuros sobre el hecho de que Ucrania estaba desarrollando una tóxica combinación de nacionalistas, milicias, y oligarcas que patrocinan a dichas milicias para proteger sus propios intereses. Y dichos pronósticos podrían seguir siendo prematuros –los ucranianos todavía conservan una admirable templanza manifestada en la popular frase de “Puedes librarte de [Presidente en el poder] Poroshenko, pero tu siguiente Presidente sería Putin”. Pero añade ahora los elementos de un Estado fallido y de desesperados políticos oportunistas que han intentado ganar popularidad subiéndose al tren del post facto reciente bloqueo sobre Crimea, tendríamos como resultado una mezcla muy peligrosa, y asimismo un potencial regalo para la propaganda rusa. El factor principal que actualmente contiene un potencial desorden es la conexión que estos mismos políticos y oligarcas mantienen con Occidente.
Un buen ejemplo sería el de los tártaros en Crimea, que previamente había tenido la historia más larga de protestas no violentas dentro de la antigua Unión Soviética, en la época de los 60. A pesar de los 23 años de frustración dentro de una Ucrania independiente, cuando las autoridades en Kiev nunca apoyaron su causa como deberían haber hecho, las constantes predicciones de radicalización y protestas violentas probaron ser erróneas. Pero ahora los tártaros de Crimea están en la vanguardia del bloqueo de Crimea. Tanto si sus activistas boicotearon el suministro de electricidad como si no, ciertamente previnieron a las autoridades para que evitaran restaurarlo rápidamente. De nuevo, la mejor solución para el problema tártaro en Crimea es su internacionalización.
Es demasiado pronto para una “fatiga de Ucrania 2.0”
El primer desarrollo del término “fatiga de Ucrania” fue causado por la enorme decepción después de la “Revolución Naranja” en 2004. Para 2008-10, los líderes europeos y americanos eran recelosos de las promesas rotas y las maquinaciones de los políticos ucranianos, y el electorado del país estaba suficientemente desilusionado como para votar realmente a Yanukovych.
Pero los ecos de “fatiga de Ucrania” se oyen una vez más. La paciencia y los períodos de atención son más escasos en Occidente; pero la complacencia a escala nacional en Ucrania tampoco ayuda. Las reformas progresan dolorosamente lentas. Las acusaciones de corrupción, muchas procedentes del expresidente georgiano Mikheil Saakashvili, ahora el gobernador de Odesa, incluyen a muchos miembros del actual gobierno. Para algunos, Ucrania está en peligro de convertirse en un Estado fallido.
Pero también es verdad que la dinámica interna esta vez es totalmente diferente. Durante la Revolución Naranja en 2004, las protestas tenían como objetivo asegurar la elección de la persona adecuada. Viktor Yushchenko se hizo debidamente con el cargo y los manifestantes volvieron a sus casas, poniendo su fe sobre un pequeño número de líderes que probaron ser díscolos, incompetentes y corruptos. Las protestas de Euromaidan en 2013-14 iban mucho más allá de quién dirigiría el país. La sociedad civil es mucho más fuerte ahora y no va a desaparecer tan fácilmente del convulso escenario político ucraniano.
Puede que se trate de una realidad deprimente el hecho de que el anquilosado Sistema ucraniano sea capaz de consolidarse de nuevo después de un segundo intento de revolución. Pero dicho sistema es hoy mucho más débil, y se encuentra con la oposición de un renovado sector civil enérgico, poderoso y auto-organizado, que sabe que la fe en los líderes, por sí sola, es un lujo que no se pueden permitir –necesitas trabajar por la dirección y guía del país, o la revolución estará perdida. Además, Ucrania no puede estabilizarse como cualquier otra cosa que no sea una democracia –la estabilización autoritaria se intentó, pero acabó en revolución. El resultado más probable del abandono de Ucrania ante Rusia o ante sus propios mecanismos será la profundización del conflicto y de su disfuncionalidad como Estado, creando una situación de caos y descontrol con la que habría que lidiar tarde o temprano. Por tanto, es mejor comprometerse desde un principio. Las fuerzas reformistas son lo suficientemente fuertes como para continuar oponiéndose y debilitando al Estado no reformista. Pero no tienen la fuerza necesaria para salir victoriosas sin ayuda internacional.
Por qué deberías preocuparte por Ucrania
Dos años después de que los ucranianos salieran a la calle a luchar por su independencia y la elección europea, Ucrania ha probado su remarcable resistencia de cara a la agresión de Rusia y a los masivos retos de reforma. Pero la trayectoria del país es incierta. Podría acabar terriblemente dañada, a nivel externo por la agresión rusa, y a nivel interno si las reformas no se consolidan. Pero la de Ucrania podría asimismo acabar siendo una historia de éxito –y la Unión Europea tiene un enorme interés por que esto ocurra.
Un mercado abierto de 45 millones de personas proporcionaría un tremendo impulso al crecimiento en la UE. El largamente aplazado Acuerdo de Libre Comercio entre la UE y Ucrania entrará finalmente en vigor en junio de 2016. Los argumentos rusos sobre el daño al comercio ruso-ucraniano pueden ser desechados, ya que la guerra comercial de Rusia contra Ucrania ya ha reducido la cuota de exportaciones ucranianas de cerca de un 30% a menos del 10%. Si Ucrania consigue sacar adelante las reformas económicas correctas, podría convertirse en un centro de manufacturas de bajo coste y tecnologías de la información para una economía europea en la urgente necesidad de nuevas fuentes de dinamismo. El impulso al comercio paneuropeo podría rivalizar con el que se produjo tras la adhesión a la UE de los países de Europa central y los Estados bálticos en 2004.
Una Ucrania exitosa también traería una gran estabilidad al vecindario en un momento en el que la UE se encuentra bajo una enorme presión a causa del derrumbe del orden a todo su alrededor. Ucrania es un flanco vital de control de los procesos de migración a Europa –tanto sus propios desplazados como los migrantes que probablemente sean trasladados al norte de Turquía si el acuerdo UE-Turquía se mantiene. Al mismo tiempo, la cooperación sobre el tema de Ucrania debería acercar posiciones entre la UE y los EEUU.
La Nueva Ucrania lucha por nacer; la Vieja Ucrania se resiste y Rusia intenta estrangularla en su nacimiento. Europa no puede permitirse dejar morir a la Nueva Ucrania, y el ímpetu del pueblo ucraniano luchando por unirse a Europa debería servir de inspiración a la vieja guardia europea para construir también una Nueva Europa.
Traducción de Roberto Reyes
El Consejo Europeo de Relaciones Exteriores no adopta posiciones colectivas. Las publicaciones de ECFR solo representan las opiniones de sus autores individuales.