Macron y la Iniciativa Europea de Intervención: ¿Erasmus para los soldados?

El fomento de una cultura de defensa europea estratégica compartida debe abarcar la posibilidad de una acción europea autónoma.  

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El fomento de una cultura de defensa europea estratégica compartida debe abarcar la posibilidad -la probabilidad, de hecho- de una acción europea autónoma.  

¿Qué ha pasado con la Iniciativa de Intervención Europea propuesta por Emmanuel Macron en su discurso de la Sorbona en noviembre?

Según un analista bien informado, podríamos estar a punto de descubrirlo. Paul Taylor informa que se está discutiendo una Carta de Intención entre Francia y otros nueve posibles participantes (Alemania, Italia, España, Países Bajos, Bélgica, Portugal, Dinamarca, Estonia y el Reino Unido); y que la iniciativa podría lanzarse el próximo mes. Sin embargo, parece que la incertidumbre y la vacilación persisten sobre quién y para qué se uniran.

Las objeciones habituales

En parte, las dudas parecen ser la cortina de humo habitual de las objeciones políticas y de procedimiento que aparecen cada vez que los Estados miembros de la Unión Europea se ven presionados a dar sustancia a su compromiso declarado con la defensa europea. ¿Esto no perjudicará a la OTAN? ¿No es solo un complot francés para avanzar en su propia agenda nacional? Y, de todos modos, ¿no debería tomarse tal iniciativa bajo el paraguas de PESCO (La Cooperación Estructurada Permanente en materia de Defensa)?

Las insinuaciones de «socavación de la OTAN» y «de una influencia francesa excesiva» son tan antiguas como el proyecto de defensa europeo en sí, y el contrapeso a ambos, como siempre, es que ‘nadie quiere ver tales resultados, por lo que los participantes se asegurarán de que no sucedan'. La objeción de PESCO es nueva, pero igualmente insustancial. En ningún momento se ha argumentado que PESCO sea el único foro en el que pueda tener lugar la cooperación de defensa entre subgrupos de Estados miembros. De hecho, PESCO, como se describe en los tratados, estaba destinado a estar limitado al grupo de los países europeos más capaces y ambiciosos militarmente. Para bien o para mal (en realidad, para mal), PESCO se ha presentado como algo muy diferente: con un enfoque para todos, con la participación de 25 Estados miembros. Pero eso solo fortalece el proceso para alentar a otras flores a florecer en otros lugares. No existen más razones por las que la Iniciativa de Intervención Europea (E2I) tenga que ser presentada bajo PESCO que, por ejemplo, otras colaboraciones nuevas como la iniciativa de la Nación Marco de Alemania o la cooperación de Defensa Nórdica.

Y hay, por supuesto, una objeción primordial para hacer que el E2I sea un proyecto de PESCO. Hacerlo impediría la participación del Reino Unido y Dinamarca, dos de los pocos países que han demostrado una voluntad en los últimos años de comprometer a sus fuerzas armadas con las operaciones reales. Las negociaciones serias sobre la relación de defensa y seguridad post-Brexit entre el Reino Unido y la UE aún no han comenzado, pero importantes voces en todo el continente han instado a que el Brexit no frustre la voluntad británica de continuar contribuyendo a la seguridad europea. Si se quiere evitar un resultado en el que nadie sale ganando, se deberán encontrar nuevas formas para mantener al Reino Unido aferrado a la actividad de defensa de los socios y aliados europeos. El E2I sería de este modo simplemente una innovación, lo que sin duda es el motivo por el cual los británicos acordaron en la cumbre anglo-francesa de enero suscribirse.

Cultura estratégica e intervención

Ahora bien, había indudablemente una falta de claridad cartesiana en la descripción de Macron de lo que en realidad estaba proponiendo. En un momento de su discurso, declaró que: «A comienzos de la próxima década, Europa necesita establecer una fuerza de intervención común, un presupuesto de defensa común y una doctrina de acción común». Sin embargo, su descripción del E2I parecía ser menos ambiciosa: su llamamiento se dirigía a una iniciativa «destinada a desarrollar una cultura estratégica compartida». «Por lo tanto, propongo a nuestros socios que alberguemos en nuestras fuerzas armadas nacionales – y estoy abriendo esta iniciativa en las fuerzas francesas – a miembros del servicio de todos los países europeos que deseen participar, en la medida de lo posible, en nuestra anticipación operativa, inteligencia, planificación y apoyo.». Por una parte, una fuerza de intervención; por otra, una especie de Erasmus militar. A otros europeos se les puede perdonar cierto grado de confusión.

Sin embargo, la brecha entre una cultura estratégica europea compartida y una mejora de la capacidad para las operaciones de intervención europeas es más evidente que real. Como decía la estrategia de seguridad europea ya en 2003, «Necesitamos desarrollar una cultura estratégica que fomente una intervención temprana, rápida y, cuando sea necesario, robusta». Desde luego, mucho ha llovido desde entonces. Las desventuras en Irak y Afganistán han enseñado a los europeos lecciones difíciles sobre los límites de lo que la fuerza armada puede lograr. Pero eso no invalida la noción subyacente de que de vez en cuando sus intereses y / o valores exigirán que los europeos intervengan con la fuerza militar para intentar mejorar una mala situación.

Y esto, por supuesto, es justo lo que nos dice la nueva Estrategia Global Europea de 2016, respaldada por todos los Estados miembros. El tono se mide: una cuidadosa coordinación de todos los instrumentos y armas a disposición de la UE es esencial para alcanzar sus objetivos en el exterior y la seguridad. Pero la estrategia rechaza el aislacionismo: «la Unión no puede levantar un puente para protegerse de las amenazas externas» y promete que «por lo tanto, actuaremos rápidamente para evitar conflictos violentos, [y] podremos responder de manera responsable pero decisiva a las crisis». La Política de Seguridad y Defensa Común, enfatiza la estrategia, «debe ser más rápida y efectiva». Y la estrategia se centra en la necesidad de una «autonomía estratégica»: la capacidad de la UE de actuar por sí misma, incluida la acción militar, si la situación así lo exige.

Todo esto tiene sentido, especialmente en un momento en que Washington no se esfuerza por ocultar lo poco que valora la relación transatlántica tradicional. Sin embargo, también se siente incómodo con la pasividad operativa de la UE en los últimos años, resumido en el no despliegue de grupos de combate de la UE desde que comenzaron a funcionar hace 12 años. A pesar de la voluntad de los Estados europeos de emprender una acción militar ad hoc, a nivel nacional o en apoyo de las Naciones Unidas o en una coalición liderada por los Estados Unidos, la idea de que los europeos puedan contemplar, planificar y llevar a cabo intervenciones militares colectivamente parece estar muy lejos de la realidad como siempre ha sucedido.

Por lo tanto, Macron tiene razón al identificar un problema subyacente de 'cultura' – de hábito, mentalidad, 'la forma en que hacemos las cosas aquí' – y conseguir que los profesionales clave trabajen juntos tiene que ser parte de la solución. La acción común de la UE en defensa y política exterior depende de una apreciación común del entorno de seguridad de Europa y de los desafíos y oportunidades que presenta. Y también de trabajar juntos para preparar una gama de posibles respuestas, incluida la planificación de posibles operaciones militares. Esta actividad, emprendida conjuntamente, debería promover la convergencia de las actitudes y los enfoques nacionales. En resumen, el desarrollo de una «cultura estratégica compartida». Algunos se sentirán decepcionados de que las instituciones de Bruselas con responsabilidades en el análisis del futuro inmediato -el Servicio Europeo de Acción Exterior, EU IntCen y el Estado Mayor de la UE- no hayan tenido más éxito en generar tal convergencia entre los Estados miembros. Pero no lo han hecho; entonces cualquier impulso francés es bienvenido. Y también lo es el reconocimiento de Francia de que no todos los Estados miembros de la UE puedan querer participar, y que hay una oportunidad de trabajar con los no miembros de la PCSD (Política Común de Seguridad y Defensa), es decir, después del Brexit Gran Bretaña y tal vez Dinamarca.

En resumen, la cultura que debe desarrollarse es precisamente la de prepararse para intervenciones europeas autónomas. Si eso incomoda a alguien, debería preguntarse qué otra cosa podría ser una cultura estratégica específicamente europea, dada la primacía aceptada de la OTAN para la defensa territorial. Y, si esa es la agenda, entonces la ayuda mutua en «anticipación operativa, inteligencia, planificación y apoyo» entre los estados europeos con mayor intervención, como propone Macron, parece un buen lugar para comenzar.

¿Y entonces?

Conseguir que la propuesta francesa actual, bastante modesta, despegue es claramente la prioridad inmediata. Pero, si funciona, puede desarrollar un impulso propio. El entendimiento común de las crisis que surjan conducirá naturalmente a una consideración compartida del tipo de respuestas, incluidas las militares, que podrían exigirse: ¿la imposición de una zona de exclusión aérea? ¿Una evacuación asistida por militares de nacionales europeos? Por supuesto, debe haber alguna forma de planificación de contingencia, que a su vez lleve a considerar los activos y capacidades disponibles de los participantes, y cómo los papeles y las responsabilidades se distribuirán mejor.

Puede haber aquí un papel destacado para las fuerzas aéreas. El historial de los últimos años -desde los Balcanes hasta Libia, la batalla contra el Estado Islámico, la acción (aunque sea demasiado poco o demasiado tarde) contra Bashar al-Assad- ha demostrado que las intervenciones aéreas son lo que la mayoría de los europeos son más propensos a emprender. De hecho, existe una correlación amplia, aunque no total, entre los primeros participantes sugeridos en el E2I y los contribuyentes europeos a campañas de bombardeos recientes.

Hasta ahora, el foco de la planificación de las fuerzas europeas ha estado en gran medida en las fuerzas terrestres (el Grupo “Objetivo General” de 60,000, y la subsiguiente iniciativa de grupos de combate). Entonces, aunque esto no está en la agenda actual, una línea atractiva de desarrollo para el E2I podría ser crear un Grupo Aéreo Europeo. Un grupo «virtual» para estar seguro; ya que cualquier tipo de fuerza permanente perjudicaría a la OTAN y, de todos modos, sería inasequible. Pero habría mucho que ganar si los europeos planearan juntos cómo podría constituirse una fuerza aérea de intervención efectiva, sin tener que retroceder – como en la campaña de Libia, comandada y controlada por la OTAN o los Estados Unidos, con habilitadores estratégicos y municiones inteligentes. El ejercicio colectivo eliminaría los problemas de interoperabilidad y resaltaría las deficiencias de capacidad -, que luego podría alimentarse en los procesos CARD y PESCO de la UE. Y un elemento importante de la 'fuerza de intervención europea' propuesta por Macron estaría comenzando a tomar forma.

Pero por ahora …

Tal ambición puede ser más de lo que el mercado está preparado actualmente (aunque con este presidente de EE. UU y con el entorno de seguridad actual, «actualmente» puede tener, por supuesto, una vida media más bien corta). Pero, por ahora, la propuesta de Francia parece estar limitada a un enfoque práctico, paso a paso, para revivir la idea de que no tiene mucho sentido mantener las fuerzas armadas si no estás preparado para usarlas; para recordar a los europeos que han acordado que esto puede significar usarlas juntos en operaciones fuera del marco de la OTAN; y para prepararse para los imprevistos más probables.

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