Prejudices

Sorry, but protestants do not perform better than catholics and EU laws do not represent 80% of national legislation. It’s time to have another look at some deep-rooted prejudices




To get together a set of settled, solid prejudices takes time. This is
why it bothers us when someone comes along and tells us to throw them
overboard. In the light of recent research, two prejudices have to be scrapped
immediately. Both of them have to do with the current crisis in the European Union.
Davide Cantoni, a 26-year-old doctoral candidate at Harvard, has just posted a
work called The Economic Effects of the Protestant Reformation, where he carefully dismantles the classical view that Protestants are
more efficient and industrious than Catholics.

This thesis was famously set forth by Max Weber in The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism, and variously seconded by the philosopher Hegel and historians such as
Braudel: Protestantism, with its stress on individual responsibility, was more
compatible with science and economic progress than was Catholicism,
traditionally hostile to usury, and fostering submission to a hierarchy,
instead of individualism.

To take on the likes of Max Weber in your doctoral thesis is playing
with big magic. If you’re a believer, God comes first, of course. But if you’re
a sociologist, Weber is just about number one.

Well, to Weber’s disadvantage, Cantoni has plugged into a data base the economic
growth figures for no less than 272 German cities (162 Lutheran, 88 Catholic
and 21 Calvinist) over a period of 600 years (from 1300 to 1900) and, after
allowing for control of diverse variables, has reached the conclusion that
religion fails to explain differences in growth rates.

The impact of religion, if any, may be quite otherwise. In France, the
sociologist David Laitin
recently performed an interesting experiment. He put
in circulation in the job market an identical resumé, in two versions. Both of
them represented a woman of Nigerian origin with the surname Diouf, but with
different first names that clearly indicated the applicant’s religion. In one
case, the name Marie indicated she was a Catholic; in the other, Khadija
indicated the Muslim religion. Guess the result: the first drew three times as
many calls for interviews as the second. So religion may be said to determine
the economic performance of immigrants, if not exactly in the way we thought.

Another prejudice to be chucked overboard, in this case by the EU
specialists, concerns the importance of EU legislation. Since 1988, when the European
Commission head Jacques Delors estimated at 80 percent the proportion of
national legislation that derived from European legislation, this figure has become
a commonplace, used time and again – both by euroskeptics to show how the
tyranny of Brussels annuls national sovereignty, and by europhiles to highlight
the inexorable march of European integration.

But now a young European Commission expert on leave of absence, Yves Bertoncini,
has taken the trouble to see if the Delors figure was real or rhetorical. The
fact that he has done so under the sponsorship of a foundation (Notre Europe)
presided by Delors himself, adds a touch of irony – which, indeed, underlines
the extreme professionalism of certain think-tanks.

The result is heavily on the side of “rhetorical.” Once the data have
been duly balanced and filtered, it turns out that calques of EU norms only
account for 28 percent of the laws in effect in France, and for only 15 percent of those
enacted in the last 20 years.

As there is no reason to suppose that the same study would yield very different
results in other EU states, we must bid adieu to the 80-percent myth. If the
European Union were an alcoholic beverage, the drop from 80 percent to 15 would
make it much easier to drink. If, moreover, the beverage were not too heavily
spiked with prejudices based on culture and religion, we could drink it together
more often. [email protected]

This article was published by El País English edition on 7 April 2010.

(Ensligh translation)

Prejuicios

Hacerse con una serie de sólidos prejuicios lleva mucho tiempo. Por
eso resulta particularmente molesto que llegue alguien y nos obligue a
deshacernos de ellos. A la luz de algunas recientes investigaciones,
dos de ellos deben ir a la basura inmediatamente. Y curiosamente, los
dos están relacionados con la actual crisis que sufre la UE.

El
responsable del primer prejuicio a eliminar es Davide Cantoni, un
doctorando de 26 años de la Universidad de Harvard que acaba de colgar
en la red un trabajo llamado Los efectos económicos de la reforma protestante
donde desmonta con tanto cuidado como rigor la tesis clásica de que los
protestantes son más eficientes e industriosos que los católicos. Según
dicha tesis, formulada por Max Weber en La ética protestante del capitalismo,
pero sostenida también con variaciones por filósofos como Hegel o
historiadores como Braudel, el protestantismo, con su énfasis en la
responsabilidad individual, sería más compatible con la ciencia y el
progreso económico que el catolicismo, históricamente hostil a la usura
y promotor de la sumisión a la jerarquía frente al individualismo.

Atreverse
con Weber en tu primera investigación relevante, con la que además
quieres encontrar trabajo después, es una apuesta arriesgada. Si eres
creyente, primero es Dios, claro está. Pero si eres sociólogo, primero
es Weber. Pues, sintiéndolo mucho por Weber, Cantoni ha introducido en
una base de datos las cifras de crecimiento económico de nada menos que
272 ciudades alemanas (162 luteranas, 88 católicas y 21 calvinistas)
durante un periodo de 600 años (de 1300 a 1900) y, tras numerosas
pruebas controlando diversas variables, ha llegado a la conclusión de
que la religión no explica las diferencias de crecimiento de unas y
otras. En otras palabras, frente a la creencia comúnmente establecida
desde Weber, la religión no importa a la hora de explicar el progreso
económico.

Así que los estudios sobre el impacto de la cultura y la religión sobre el rendimiento económico deberán ir pasando por boxes
próximamente y someterse a rigurosas pruebas estadísticas para
convencernos de que no se trata de un simple conjunto de prejuicios.

De
hecho, la relación entre religión y desempeño económico bien pudiera
ser exactamente la contraria. En otro estudio reciente llevado a cabo
en Francia, un gran sociólogo, David Laitin, ha llevado a cabo un
experimento consistente en poner en circulación en el mercado de
trabajo un mismo currículum correspondiente a una mujer de origen
nigeriano apellidada Diouf pero con el nombre cambiado para diferenciar
claramente la religión de la solicitante: en un caso con el nombre de
Marie (indicando la religión católica de la solicitante) y en otro,
Khadija (indicando religión musulmana). Adivinen el resultado: la
primera recibió tres veces más llamadas para entrevistas que la
segunda. Por tanto, la religión explica el rendimiento económico de los
inmigrantes, sí, pero de una forma inversa a la esperada. Nicolas
Sarkozy y su ridícula iniciativa sobre la identidad nacional deberían
tomar nota.

El otro prejuicio del que tenemos que deshacernos, en
este caso los especialistas en la Unión Europea, es el que tiene que
ver con la importancia de la legislación europea. Desde que en 1988, el
presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, cifrara en 80 el
porcentaje de legislación nacional que tenía como origen la legislación
europea, esta cifra se ha convertido en un lugar común usado miles y
miles de veces, tanto por los euroescépticos para dar cuenta de cómo
Bruselas anularía la soberanía nacional como por los eurófilos para
poner de relieve el éxito inexorable de la integración europea.

Pues
hete aquí que un joven funcionario de la Comisión Europea en
excedencia, Yves Bertoncini, se ha molestado en comprobar si la cifra
de Delors era verdad. Que, además, lo haya hecho bajo patrocinio de la
fundación presidida por el propio Delors (Notre Europe) redondea la
jugada dándole al asunto un toque irónico (pero que también señala la
extrema profesionalidad de algunos think tanks).

El
resultado es, una vez más, demoledor, pues una vez cribados los datos
no sólo resulta que las normas europeas sólo representan el 28% de las
normas en vigor en Francia, sino que en los últimos 20 años la
legislación europea sólo ha representado el 15% de los actos
legislativos aprobados en ese país.

Como no hay ninguna razón
para suponer que el mismo estudio arrojaría diferencias significativas
en los otros 26 Estados miembros de la UE, debemos decir adiós al mito
del 80%. Si la Unión Europea fuera un alcohol, pasar del 80% al 15%
significaría una Europa mucho más bebible. Si, además, en esa Europa no
hubiera prejuicios culturales o asociados a la religión, todos
podríamos dejar nuestros prejuicios a un lado y beber juntos con más
frecuencia.

Este artículo fue publicado en El País el 5 de abril de 2010.

The European Council on Foreign Relations does not take collective positions. ECFR publications only represent the views of their individual authors.

Author

Head, ECFR Madrid
Senior Policy Fellow

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