Gaslight
Jose Ignacio Torreblanca argues that Europe is not dependant on Russian gas, but instead on an unhealthy relationship with Moscow
This article was published in EL PAÍS on 12 January 2009
Nobody in the European Union should have to spend so many days with power cuts and no heating in the middle of a very harsh winter – those millions of Europeans who have done so will rightly have spent the last few days wondering just what on earth the point of the European Union is. An urgent examination of what has taken place is consequently required.
Contrary to what has been excessively repeated over the last few days, the crisis does not highlight Europe’s energy dependency but instead the existence of a sickly political relationship between the European Union and Russia. Our relations with Russia seem to be following a script which increasingly reads like that of the film “Gaslight”, starring Charles Boyer and Ingrid Bergman – a classic of psychological abuse. We systematically refuse to event hint at the merest criticism in our dealings with Moscow, turning a blind eye to Putin’s authoritarian excesses, an attitude founded on the argument that the relationship with Russia is a strategic one. Yet at the very least one would expect Moscow to honour its energy agreements in return, show enough respect to refrain from cutting off the gas of millions of Europeans in the middle of winter and grasp that there are other ways of resolving trade disputes.
Ukraine’s decision to siphon off gas destined for Europe for its own consumption as a way out of its impasse with Russia is most certainly wrong-headed. But if Moscow really considered its relationship with the EU to be strategic, it should be prepared to sacrifice a few cubic metres of gas as it waits for an agreement to be thrashed out, or else submit the dispute with Kiev to international arbitration and wait for a ruling, either through the EU or one of the other international organisations that exist for that very purpose.
Finally the crisis has been overcome thanks to an agreement whereby European observers will verify that Russian gas pumped through Ukraine reaches its final destination: A simple enough agreement and one which could have been reached without resorting to cutting off supplies.
A quick glance at the facts shows that Europe is not dependant on Russian gas, but on an unhealthy relationship with Moscow. Russian gas amounts to 25% of the total consumed in Europe, but Europe buys more gas from Norway (17%) and Algeria (11%) combined than it does from Russia without there being any problems. In fact, dependence on Russian gas has declined considerably in recent years, as Europe has diversified its supply sources while Russian gas exports have simultaneously stagnated due to a lack of investment in new gas fields. What has not changed significantly in the last few years is Europe’s energy map, where the Berlin wall still hasn’t quite fallen. Almost all of the countries of Central and Eastern Europe, as well those of the Balkans and Turkey, are highly dependant on Russian gas.
Ideally, the problem would be solved by Russia agreeing to sign the Energy Charter Treaty, something which would see trade relations depoliticized and subject to mechanisms of transparency and legal safeguards. If Russia signed the above mentioned Treaty, she would become just another supplier, like Norway, Algeria and the United Arab Emirates, bound by standard rules and dispute settlement procedures. This would also play to her advantage in enabling similar conditions of transparency to be imposed on Ukraine. Russia would also avoid the need to invest in alternative and highly expensive storage and transit infrastructure which bypasses Ukraine, as it has been seeking to do in recent years.
But as Russia wants to maintain energy as one of the central planks of its foreign policy, the only option available to the European Union is to integrate and link up its energy markets so that cuts in supply from one source do not have such a profound overall effect. That would naturally require that EU countries stop protecting their national gas and electricity companies from free competition – something they don’t seem prepared to do. Unfortunately, European energy security will continue to be vulnerable with such stances on the issue.
As an illustrative aside, the Czech Presidency (which started off the year by refusing to fly the European flag on the grounds that the Czech Republic is not a province of the EU) has encountered a full scale crisis after barely a week of holding the EU Presidency (two crises in fact counting Gaza), which demonstrates perfectly just how ridiculous its petty nationalist position is.
Luz de gas
EL PAÍS – Internacional – 12-01-2009
Que millones de personas pasen 72 horas sin calefacción y con cortes de luz en mitad de un durísimo invierno son cosas que no deberían ocurrir en la Unión Europea. Con razón, esos millones de europeos se habrán preguntado estos días para qué diablos sirve la Unión Europea. Por tanto, es urgente examinar lo ocurrido y extraer las oportunas conclusiones.
Al contrario de lo que se ha repetido estos días hasta la saciedad, la crisis no pone de relieve la dependencia energética de Europa, sino la existencia de una relación política enfermiza entre la Unión Europea y Rusia. De hecho, el guión de nuestra relación con Rusia cada vez se asemeja más al de la película Luz de gas, protagonizada por Charles Boyer e Ingrid Bergman, que es ya todo un clásico del abuso psicológico. Como es sabido, con el argumento de que la relación con Rusia es estratégica, nos negamos sistemáticamente a introducir el más mínimo matiz crítico en nuestras relaciones con Moscú y miramos hacia otro lado ante los desmanes autoritarios de Putin. Sin embargo, como mínimo, uno esperaría que, a cambio, Moscú honrara sus contratos de suministro, tuviera la deferencia de no cortar el gas a millones de europeos en pleno invierno y entendiera que existen otras formas de solucionar las disputas comerciales.
Ciertamente, Ucrania hace mal en resolver la falta de acuerdo con Rusia desviando para su consumo el gas destinado a Europa. Pero si Moscú considerara la relación con la Unión Europea verdaderamente estratégica, debería estar dispuesto a sacrificar algunos metros cúbicos de gas por ella a la espera de un acuerdo, o someter su disputa con Kiev al arbitraje de la Unión Europea u otros organismos internacionales, que para eso están. Finalmente, la crisis se ha salvado con un acuerdo mediante el cual observadores europeos verificarán que el gas que Rusia bombea a través de Ucrania llegue a sus destinatarios finales. Un acuerdo bien sencillo que podría haberse logrado sin necesidad de cortar el suministro.
Con los datos en la mano, Europa no depende del gas ruso, sino de una relación insana con Moscú. El gas ruso supone el 25% del que se consume en Europa pero, combinadamente, Europa compra más gas de Noruega (17%) y Argelia (11%) que de Rusia, sin que se registre problema alguno. De hecho, la dependencia del gas ruso ha disminuido notablemente en los últimos años, ya que, por un lado, Europa ha diversificado sus fuentes de suministro y, por otro, las exportaciones rusas se han estancado por falta de inversiones en nuevos yacimientos. Lo que no ha cambiado significativamente en los últimos años es el mapa energético europeo, para el cual el muro de Berlín no ha terminado de caer, ya que casi todos los países de Europa Central y Oriental, también los Balcanes y Turquía, dependen enormemente del gas ruso.
Idealmente, el problema se solucionaría si Rusia accediera a firmar la Carta Europea de la Energía, lo que supondría despolitizar las relaciones económicas y someterlas a mecanismos de transparencia y seguridad jurídica. De firmar dicho tratado, Rusia se convertiría en un socio normal, como Noruega, Argelia o los Emiratos Árabes, lo que también redundaría en su beneficio, ya que, a su vez, podría imponer a Ucrania condiciones de transparencia similares. También, se evitaría tener que construir costosísimas infraestructuras de transporte y almacenaje de gas alternativas que evitaran Ucrania, como viene intentando hacer en los últimos años.
Pero como Rusia quiere mantener la energía como un elemento central de su política exterior, la única opción disponible para la Unión Europea sería integrar e interconectar más estrechamente sus mercados energéticos, de tal manera que los cortes de suministro en un proveedor no le afectarán tan profundamente. Claro que eso requeriría que los países miembros de la Unión Europea dejaran de proteger de la competencia a sus empresas de gas y electricidad nacionales, a lo que no parecen estar muy dispuestos. Desgraciadamente, con posiciones así, la seguridad energética europea seguirá en entredicho.
Afortunadamente, como no hay mal que por bien no venga, la presidencia de la República Checa, que comenzó el año negándose a izar la bandera europea con el argumento de que su país no era una provincia de la Unión Europea, no ha tardado ni una semana en encontrarse con una crisis (en realidad dos, contando la franja de Gaza) que demuestra lo ridículo que resulta su pequeño nacionalismo.
The European Council on Foreign Relations does not take collective positions. ECFR publications only represent the views of their individual authors.