Defender Europa con menos América

Soldados del Eurocuerpo sostienen la bandera europea durante una ceremonia frente al Parlamento Europeo en Estrasburgo, 30 de junio de 2014
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  • La guerra rusa contra Ucrania ha revelado el lamentable estado de los ejércitos y las industrias de defensa europeos tras décadas de dividendos de la paz, así como su profunda dependencia de Estados Unidos.
  • Una segunda presidencia de Trump podría reducir drásticamente el apoyo de Estados Unidos a Europa en materia de defensa. Pero con independencia del resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses, la degradación del entorno de seguridad europeo y el cambio de prioridades de Estados Unidos suponen que Europa debe estar preparada para asumir una mayor responsabilidad en su propia defensa.
  • Los europeos necesitan un plan sostenido a lo largo de la próxima década que aúne los esfuerzos inmediatos para apoyar a Ucrania y reconstruir su preparación con objetivos a más largo plazo para desarrollar un “paquete completo de fuerzas”, que incluya las capacidades de apoyo al combate y los facilitadores clave que en la actualidad proporciona principalmente Estados Unidos.
  • Paradójicamente, este enfoque pensado para superar los retos institucionales y reforzar las capacidades de defensa de Europa puede ser la mejor manera de preservar una relación transatlántica fuerte y cierto grado de compromiso por parte de Estados Unidos.

Las políticas europeas de defensa se enfrentan a su prueba de resistencia más importante desde los comienzos de la Guerra Fría. La invasión total rusa de Ucrania volvió a llevar la guerra al corazón de Europa y puso de manifiesto hasta qué punto los europeos dependían de Estados Unidos para su defensa. Esto obligó a los europeos a revisar sus necesidades de defensa, incluida la defensa colectiva del continente, y a hacerse cargo del lamentable estado de sus planes actuales. Donald Trump ha señalado que, si es reelegido presidente de Estados Unidos este otoño, reducirá drásticamente o eliminará el apoyo militar estadounidense a Europa. Pero incluso dejando de lado el objetivo de “blindar” Europa frente a Trump, las prioridades contrapuestas de Estados Unidos y los polarizados debates internos, así como el deterioro del entorno de seguridad europeo hacen que los europeos necesiten reforzar urgentemente su capacidad para defender el continente con menos aportaciones de Estados Unidos.

Aparentemente, Europa tiene los medios para defenderse. Los aliados europeos de la OTAN y los Estados miembros de la UE gastaron juntos en defensa cuatro veces lo que Rusia en 2023; sus fuerzas militares, en conjunto, son mayores que las de Rusia y Estados Unidos; y las industrias de defensa europeas producen algunos de los sistemas de armamento más avanzados, con seis países europeos entre los diez principales exportadores mundiales de armas. Por último, pero no por ello menos importante, el PIB de Europa es diez veces mayor que el de Rusia, solo superado por el de Estados Unidos.

Sin embargo, tras décadas de “dividendos de la paz” y parasitismo, y de que el ejército estadounidense liderara los escenarios más exigentes en Europa y proporcionara las capacidades clave, la atrofia de varias décadas que afecta a las fuerzas militares y las industrias de defensa europeas ha hecho que su ayuda a Ucrania sea complicada y lenta. Reconstruir los ejércitos europeos parece ahora un reto muy difícil.

El proceso de planificación de la defensa de la OTAN y los procesos paralelos de la UE han identificado las carencias de la defensa europea, pero Europa tiene que superar varios retos para solucionarlas. Los países europeos necesitan un plan sólido, sostenido a lo largo de una década, para reforzar su capacidad de defensa de Europa con menos Estados Unidos.

El declive del entorno de la seguridad en Europa

La invasión total rusa de Ucrania en 2022 sirvió de llamada de atención a muchos europeos. Sin embargo, lo cierto es que el entorno de seguridad de Europa llevaba deteriorándose mucho más tiempo. La relación de Europa con Rusia había ido en declive desde 2007, cuando Vladimir Putin pronunció su famoso discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich, en el que acusó a Estados Unidos de crear un mundo unipolar “pernicioso” en el que hay “un amo, un soberano” que no interesaba a Rusia. Después de que Estados Unidos y la Unión Europea se esforzaran por incluir a Rusia en el sistema de seguridad posterior a la guerra fría, Putin pedía un replanteamiento del sistema. Lo que siguió fue la prueba de estas intenciones: la invasión rusa de Georgia en 2008; su anexión ilegal de Crimea y el inicio del prolongado conflicto en el Donbás en 2014; su retirada constante de la arquitectura de control de armamentos y seguridad que se había construido desde la década de 1970; y luego su invasión total de Ucrania.

Al margen de cuál sea el resultado de la guerra en Ucrania, es por tanto razonable suponer que las relaciones entre Rusia y Occidente seguirán siendo de confrontación en un futuro previsible, ya acabe siendo un nuevo modo de guerra fría o nuevas crisis o conflictos. La mayoría de los líderes militares y de defensa predicen que pocos años después del final de la guerra en Ucrania, Rusia habrá reconstituido un ejército lo bastante sólido como para ser capaz de volver a poner a prueba la determinación, la cohesión y la capacidad de la defensa europea. El ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, ha advertido de que “Alemania debe estar preparada para la guerra en 2029”, ya que “no debemos creer que Putin se detendrá en la frontera de Ucrania”. El presidente del comité militar de la OTAN, el almirante Rob Bauer, también señaló en un reciente discurso en la Escuela de Guerra del Ejército de Estados Unidos que “no debemos subestimar la capacidad [de Rusia] para reconstruirse y reagruparse”. La opinión pública europea también siente esta amenaza: en la última encuesta del ECFR realizada en Ucrania y otros 14 países europeos, un número significativo de encuestados afirmó creer que es “bastante probable” o “muy probable” que Rusia ataque a otro país europeo en los próximos dos años, desde el 21 por ciento en Bulgaria hasta el 54 por ciento en Portugal.

Más allá de Rusia, el entorno de seguridad europeo en general también parece cada vez más desfavorable, con otras múltiples crisis en la vecindad de Europa, desde el Sahel hasta Oriente Medio, y el desarrollo de la competencia entre grandes potencias, incluido un fuerte elemento de poder duro. El tradicional enfoque cooperativo de Europa en los asuntos internacionales parece no estar preparado para este entorno. Su excesiva dependencia de Estados Unidos en materia de seguridad constituye una debilidad añadida.

Menos América

Las palabras de Trump en febrero de 2024 en cuanto a que “no protegería” a un aliado de la OTAN que no cumpliera las directrices de gasto en defensa y “animaría [a los rusos] a hacer lo que les diera la gana” cayeron como una bomba en Europa, aunque luego se refiriera a ellas como una “forma de negociación”. Pero estas declaraciones no eran solo un capricho trumpiano. Tratando de transformar sus instintos en política, los think-tanks asociados a la campaña de Trump han desarrollado múltiples escenarios, que van desde modestas reducciones del compromiso estadounidense con la seguridad europea hasta una “OTAN inactiva”, una casi retirada de facto de Estados Unidos del teatro de operaciones europeo y un freno a la expansión de la alianza. Robert O’Brien, exasesor de seguridad nacional de Trump, formuló recientemente una política exterior de Trump basada en la “paz a través de la fuerza”, e insistió en que “Washington debe asegurarse de que sus aliados europeos entiendan que la continua defensa estadounidense de Europa depende de que Europa haga su parte, incluso en Ucrania”. Como mínimo, esto apunta a que el apoyo estadounidense a Ucrania y al resto de Europa sería más condicional e incierto en caso de que Trump sea reelegido.

Sin embargo, aun dejando de lado el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses de este año y la necesidad de una Europa blindada ante Trump, hay una tendencia fundamental y profunda en la política de seguridad estadounidense que indica que Europa tendrá que depender menos del apoyo de Estados Unidos para su seguridad.

En primer lugar, el debate interno estadounidense se caracteriza por una fuerte presión a favor de una mayor moderación y una menor implicación exterior, no solo entre los republicanos pro MAGA [Make America Great Again]. Mis colegas Majda Ruge y Jeremy Shapiro han identificado este punto de vista en varias corrientes del partido republicano, pero encuentra eco incluso entre los demócratas. Aunque las últimas encuestas indican que “los estadounidenses siguen comprometidos con la OTAN”, es probable que los compromisos de Estados Unidos en el exterior adquieran un carácter más condicional y que Estados Unidos, al margen de cuál sea su gobierno, insista en que sus aliados acarreen una parte mucho mayor de la seguridad en el futuro.

En segundo lugar, los responsables políticos estadounidenses de todo el espectro político centran cada vez más su política exterior y de seguridad en el Indo-Pacífico y en la rivalidad de Estados Unidos con China. A pesar de la guerra en Ucrania y de la amenaza de Rusia, Europa ya no es el escenario que marca las prioridades de planificación de la defensa estadounidense y recibe la mayor asignación de recursos. Para el año fiscal 2024, y mientras la guerra se recrudecía en Ucrania, el Pentágono asignó 3.600 millones de dólares de su presupuesto a la “Iniciativa de Disuasión Europea”, mientras que a la “Iniciativa de Disuasión del Pacífico” se le asignaron 14.700 millones de dólares. Este enfoque de priorizar China no solo crea competencia por los finitos recursos militares estadounidenses, sino que también prepara a Estados Unidos para un tipo diferente de competencia con una superpotencia emergente, centrada principalmente en los ámbitos aéreo, marítimo, espacial, cibernético y tecnológico. En consecuencia, es probable que Estados Unidos desarrolle y priorice capacidades más adaptadas al teatro de operaciones del Pacífico, por ejemplo, en términos de alcance.

Por último, la presencia estadounidense en Europa no ha dejado de disminuir desde el final de la Guerra Fría, con un pequeño pero significativo repunte asociado a la guerra de Rusia contra Ucrania. En el momento de mayor despliegue estadounidense en Europa, a finales de la década de 1950, había 430.000 soldados estadounidenses destinados en Europa, la mayoría en Alemania Occidental. En 1989, todavía había 248.000, pero en 2021 la cifra se había reducido a 64.000. Desde febrero de 2022, el número de soldados estadounidenses en Europa ha aumentado hasta entre 85.00 y 100.000 (dependiendo de las rotaciones), aún lejos de la cifra media de 300.000 durante toda la Guerra Fría. En comparación, los ejércitos europeos cuentan con un total de 1,9 millones de militares (1,33 millones sólo en la UE). Esta disminución de la presencia de fuerzas estadounidenses ha ido acompañada de una reducción del número de las principales plataformas de combate —incluidos aviones de combate, tanques, vehículos de combate de infantería y artillería, así como armas nucleares— asignadas al Mando Europeo de EEUU.

Estas tendencias indican que el nivel de compromiso estadounidense con la seguridad europea se mantendrá, en el mejor de los casos, estable en los relativamente modestos niveles actuales y, con más probabilidad, disminuirá o incluso desaparecerá parcialmente en los próximos años. Los acontecimientos geopolíticos y el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses podrían ralentizar o acelerar este proceso. Por tanto, no tendría sentido ignorar esta transformación u oponerse a ella: Europa necesita poder defenderse con menos Estados Unidos. En este documento se parte de la premisa de la continuidad de la alianza transatlántica, pero se asume que la implicación de Estados Unidos en Europa disminuirá, incluso en aquellos ámbitos en los que los europeos dependen en gran medida de las fuerzas y capacidades estadounidenses. Los responsables políticos europeos deben aceptar este cambio de paradigma y adaptarse. Dado que una dependencia excesiva y continuada solo creará riesgos para Europa y frustración en Washington, hacerlo podría incluso resultar el mejor enfoque para preservar una sólida relación transatlántica y cierto grado de compromiso estadounidense. 

Europa y la defensa: avances y carencias

Los esfuerzos europeos por reinvertir en defensa han sido auténticos y significativos desde 2014 y se han acelerado drásticamente desde febrero de 2022. Según las estimaciones de la OTAN para 2024, los Estados miembros de la UE y los aliados europeos de la OTAN están gastando 150.000 millones de euros más al año en defensa que en 2014. Esta tendencia parece estable a pesar de las importantes diferencias entre los países europeos.

La UE se ha transformado en un actor de la defensa, que moviliza recursos para instruir y equipar a las fuerzas ucranianas y financiar la investigación y el desarrollo de capacidades de defensa europeas. Desde el inicio de la guerra rusa contra Ucrania, la industria europea de defensa ha aumentado su capacidad de producción de munición en el 50 por ciento y aspira a producir más de dos millones de proyectiles al año para finales de 2025, el doble de la capacidad que tenía en febrero de 2022. La Comisión Europea ha presentado propuestas para que la UE pase a una “economía de guerra”, de modo que las estructuras económicas nacionales se reconfiguren para dar prioridad a reforzar la base industrial de defensa europea y hacer frente a las carencias militares. Aunque aún está por ver si los países miembros apoyarán el nivel de ambición adecuado, la próxima Comisión Europea parece dispuesta a hacer aún más hincapié en las líneas de trabajo relacionadas con la defensa y a aumentar la parte del presupuesto de la UE asignada a este ámbito.

Sin embargo, la industria y los gobiernos europeos han tenido dificultades para satisfacer las necesidades ucranianas a su debido tiempo. En abril, un año después de que los países miembros de la UE prometieran enviar a Ucrania un millón de cartuchos en un plazo de doce meses, por ejemplo, sólo se había entregado la mitad. La reconstrucción y ampliación de las provisiones de munición y equipos para Ucrania y la satisfacción de las crecientes necesidades de capacidades asociadas al entorno de la seguridad también han resultado lentas y complicadas, incluso cuando los aliados europeos de la OTAN han optado por comprar equipos a proveedores no europeos. El nuevo discurso sobre la economía de guerra europea no se ha seguido de forma acompasada, ya que el proceso de toma de decisiones de la UE, normalmente lento, y sus complejos ciclos presupuestarios no están preparados para tiempos de guerra.

Esto se debe en gran medida a dos obstáculos principales: los recursos y las cuestiones institucionales.

Asuntos de dinero

Décadas de dividendos de la paz y abandono de la defensa han atrofiado las industrias militar y de defensa europeas, más centradas en las lucrativas exportaciones que en satisfacer la demanda interna, a menudo menguante. Estados Unidos ha criticado a sus aliados europeos de la OTAN y a Canadá, a menudo con razón y a veces con vehemencia, por no asumir la parte que les corresponde de la defensa colectiva al no gastar lo suficiente en defensa. Ya en 2011, el entonces secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, advirtió de que “disminuirán las ganas y la paciencia en el Congreso de Estados Unidos —y en el cuerpo político estadounidense en general— para gastar fondos cada vez más valiosos para países que al parecer no están dispuestos a dedicar los recursos necesarios o a hacer los cambios necesarios para ser socios serios y capaces en su propia defensa”.

El “Compromiso de Inversión en Defensa” contraído por los aliados de la OTAN en la Cumbre de Gales de 2014 estableció un importante punto de referencia a este respecto, al fijar el objetivo de que los aliados gastaran al menos el 2 por ciento de su PIB en defensa. En comparación, durante la Guerra Fría, los países europeos solían gastar más del 3 por ciento de su PIB en defensa. Naturalmente, variaba, pero rara vez era inferior al 2 por ciento. Tras la Guerra Fría se produjo un descenso significativo del gasto en defensa, y los nuevos aliados de la OTAN también tendieron a reducirlo cuando se incorporaron a la alianza. Como resultado del Compromiso de Inversión en Defensa, los aliados europeos y Canadá han invertido 657.000 millones de dólares adicionales en defensa desde 2014, con diez años consecutivos de aumento del gasto en defensa. El número de países que cumplen el objetivo del 2 por ciento ha aumentado de 3 a 23 desde 2014, y los que superan el objetivo independiente de inversión del 20 por ciento han pasado de 7 a 30 de los 32 aliados.

Sin embargo, este aumento no ha sido ni mucho menos suficiente para compensar años de gasto insuficiente en comparación con otros países. Según la base de datos de gasto militar del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), desde el año 2000 el gasto en defensa de Rusia ha crecido el 360 por ciento en dólares constantes de 2022, mientras que el de China lo ha hecho el 596 por ciento. Durante el mismo periodo, el gasto en defensa de Estados Unidos aumentó el 60 por ciento (con un pico entre 2009 y 2012), y siempre se mantuvo como el más alto del mundo. En marcado contraste con estas tendencias casi mundiales, el gasto europeo en defensa disminuyó o se mantuvo bastante estable durante el mismo periodo hasta principios de la década de 2020. En comparación con el año 2000, ahora solo ha aumentado el 50 por ciento, debido sobre todo a los incrementos registrados desde 2015 y especialmente desde 2022, tras un punto muy bajo en 2014. Como es evidente, estas cifras medias no reflejan la diversidad de situaciones de un país a otro, pero sí revelan una tendencia general a gastar menos que otros países o regiones.

Aunque ocho años consecutivos de aumento del gasto en defensa marcan una diferencia, el dinero extra no ha permitido aún a los europeos hacer frente a las consecuencias de los recortes anteriores y de años de reducción de los presupuestos de defensa. Harán falta años de esfuerzo sostenido para reconstruir unas fuerzas que en muchos casos se habían quedado bastante vacías. En el entorno actual, varios gobiernos europeos ya han anunciado planes para superar con creces el listón del 2 por ciento o ya lo han hecho. Polonia, por ejemplo, está gastando ahora el 4 por ciento de su PIB en defensa (más que el gasto actual de Estados Unidos, que es del 3,4 por ciento). Para algunos países, este nivel de esfuerzo podría ser necesario para avanzar a buen ritmo y compensar los muchos años de dividendos de la paz.

Afortunadamente, aumentar el gasto en defensa es en gran medida posible con los recursos fiscales de los países europeos, que son de los más desarrollados económicamente del planeta. La experiencia de la Guerra Fría ha demostrado que gastar más en defensa es económicamente viable. Los recientes esfuerzos fiscales europeos para hacer frente a la pandemia de COVID-19 y a la crisis energética fueron mucho más importantes que el tipo de esfuerzo que se requiere hoy en día para la defensa. Esto no plantearía un dramático dilema entre “cañones o mantequilla” o “bienestar o guerra”, aunque requeriría una priorización consciente y sostenida. Además, en el actual entorno de la seguridad, la opinión pública europea es cada vez más partidaria de gastar más en defensa, sobre todo en el norte y el este de Europa. En diciembre de 2023, el 77 por ciento de los participantes en una encuesta de la OTAN estaban de acuerdo en que su país debería gastar más en defensa o mantener el gasto actual.

El compromiso de mantener este nivel de esfuerzo durante el tiempo que sea necesario será fundamental para reconstruir los ejércitos europeos. Un exhaustivo estudio basado en escenarios realizado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) en 2019 determinó que a los países europeos les costaría hasta 357.000 millones de dólares de inversión construir una fuerza capaz de hacer frente a una contingencia grave del Artículo 5 en la región del Báltico sin un apoyo significativo de Estados Unidos. Las lecciones aprendidas de Ucrania, así como las inversiones realizadas desde 2019 y la reciente incorporación de Finlandia y Suecia a la OTAN afectarán, lógicamente, a la suma exacta, sin embargo, esto demuestra tanto la magnitud del esfuerzo requerido como que no es inalcanzable, dado que los países europeos gastan más de 100.000 millones de dólares al año más de lo que gastaron en 2019. La clave es sostener el esfuerzo a largo plazo para entregar capacidades y mantener un modelo de fuerza capaz y preparado a lo largo del tiempo.

Capacidades

Con sus limitados presupuestos de defensa y el paraguas de seguridad estadounidense, muchos ejércitos europeos se han convertido en “ejércitos bonsái”, con volúmenes de fuerzas muy limitados que solo dan muestras de capacidades importantes en lugar de fuerzas grandes y robustas listas para el combate. Durante más de dos décadas, la mayoría de los planes de defensa europeos han descuidado la cuestión de la masa. La propia OTAN hizo hincapié en la capacidad de desplegar rápidamente fuerzas limitadas fuera del área en Afganistán u otras operaciones de gestión de crisis, en vez de en los requisitos aparejados a un posible conflicto de gran envergadura en Europa.

Aunque es improbable e innecesario volver a los volúmenes de equipamiento de que se disponía durante la Guerra Fría, los países europeos necesitan reconstruir cierta masa, sobre todo en el ámbito terrestre y aéreo, dado el retorno de la guerra a Europa.

Las cifras de las plataformas de combate principales que figuran en el cuadro anterior pueden parecer significativas, pero esconden varias diferencias entre los países. En primer lugar, existe un alto desequilibrio en el equipamiento que poseen los distintos países, lo que pone de relieve la necesidad de un enfoque europeo. Por ejemplo, doce países europeos no poseen carros de combate y catorce carecen de aviones de combate, lo que significa que no pueden contribuir a las misiones principales. Aunque el desarrollo de una fuerza aérea de combate o una capacidad blindada nacional puede resultar exigente para muchos de estos países “pequeños”, los planteamientos multinacionales les permiten formar parte de la empresa general. Los aliados europeos de la OTAN que no pertenecen a la UE obtienen mejores resultados en este aspecto, ya que Noruega, Turquía y Reino Unido tienen importantes volúmenes de equipos en diversos campos. Además, los diferentes países utilizan distintas plataformas, muchas de las cuales están envejecidas o casi obsoletas, que incluyen equipos soviéticos heredados y otros sistemas anticuados como el avión Tornado. Los recortes generales aplicados a los programas de mantenimiento y modernización complican aún más el panorama. En comparación con los inventarios ruso y estadounidense, el número absoluto de plataformas principales de Europa puede no ser tan malo, pero en comparación son pocas lo bastante modernas o con el nivel de preparación adecuado.

El volumen de las fuerzas de combate europeas también se ha reducido considerablemente desde la Guerra Fría, con el final del servicio militar obligatorio y la disminución de las fuerzas militares. Sin embargo, los 1,9 millones de soldados restantes en las fuerzas de los países europeos de la OTAN son suficientes sobre el papel para cumplir los requisitos de la Alianza en tiempos de paz, y deberían poder satisfacer los exigentes requisitos del nuevo modelo de fuerzas de la OTAN. Este modelo de fuerzas, acordado en la cumbre de la OTAN de 2022 en Madrid, prevé que más de 300.000 soldados estén disponibles para responder a cualquier contingencia en un plazo de treinta días (y más de 100.000 en un plazo de hasta diez días) y puedan reforzar inmediatamente el flanco oriental de la alianza en caso de crisis. Esto significa que no es necesaria una gran expansión general de las fuerzas armadas europeas, siempre que los países europeos aumenten en buena medida la preparación combativa de sus fuerzas para poder disuadir y defenderse ante una contingencia importante en Europa.

Para cumplir con la “responsabilidad estratégica europea”, tres destacados expertos militares estadounidenses sostienen que “Europa debería desarrollar sus capacidades militares convencionales hasta un nivel que proporcionase al menos la mitad de todas las fuerzas y capacidades —incluidos los habilitadores estratégicos como el transporte estratégico, el reabastecimiento en vuelo y la inteligencia operativa— necesarias para disuadir y, en caso necesario, derrotar a una gran potencia agresora”. Dada la probable disminución del apoyo estadounidense a la defensa de Europa, esto debería considerarse un punto de referencia, que los europeos podrían tener que superar para limitar las vulnerabilidades. No se trata de un objetivo inalcanzable, suponiendo que se mantenga durante unos años.

Por tanto, los países europeos necesitan ampliar el número de unidades y plataformas principales que poseen para poder mantener un conflicto de alta intensidad. La OTAN ha identificado los requisitos dentro de sus directrices de planificación de la defensa asociados al nuevo modelo de fuerzas y los Estados europeos están en proceso de adquirir el grueso de las fuerzas, cubrir las carencias y ampliar sus inventarios cuando sea necesario. La gran expansión de las fuerzas terrestres polacas o la reciente decisión de Alemania de ampliar su inventario de tanques son buenos ejemplos. La dificultad estriba en producir el material necesario con la suficiente rapidez y subsanar las carencias europeas para las que dependen especialmente de Estados Unidos.

La principal cuestión en este respecto es acometer las carencias europeas de las capacidades estratégicas, para las que los europeos dependen en su mayor parte de las fuerzas estadounidenses. Las diferencias entre las capacidades críticas estadounidenses y europeas son mucho mayores que las de las plataformas principales, y dan una idea inmediata del grado de dependencia europea de los recursos estadounidenses.

La adquisición de este tipo de capacidades estratégicas haría que Europa fuera capaz de llevar a cabo una gama casi completa de tareas con ayuda limitada o nula de Estados Unidos y supondría el mayor punto de inflexión. En una reciente entrevista, el presidente del Comité Militar de la UE confirmó esta prioridad. La OTAN ha identificado los campos prioritarios en los que los europeos dependen más de los recursos estadounidenses: inteligencia, vigilancia y reconocimiento (ISR), que incluye los sistemas no tripulados y capacidades basadas en el espacio; defensa aérea y antimisiles integrada; capacidades de ataque de precisión de largo alcance; y transporte aéreo estratégico y reabastecimiento en vuelo. La buena noticia es que las prioridades de desarrollo de capacidades de la UE para 2023, acordadas bajo los auspicios de la Agencia Europea de Defensa (EDA), coinciden en gran medida con los ámbitos prioritarios establecidos por la OTAN. Algunas de esas iniciativas ya están en marcha, como la adquisición conjunta de aviones cisterna y de transporte de largo alcance, y otros, como en el campo de la defensa antimisiles o espacial, están tomando forma incluso con financiación de la UE, pero los europeos siguen quedándose cortos cuando se trata de invertir en capacidades ISR y de fuego de largo alcance.

Abordar las ambigüedades institucionales

Más allá de sus carencias financieras y de capacidades, los gobiernos europeos tienen que abordar algunos debates institucionales sobre su defensa en este nuevo entorno de la seguridad, incluidas las funciones y responsabilidades de la UE en la defensa europea y de un pilar europeo mucho más fuerte en la OTAN, así como la forma en que la UE y la OTAN pueden colaborar eficazmente. Estos debates pueden parecer arcanos y a menudo pueden serlo, pero estos retos institucionales ya no pueden ser debatidos por expertos sin atención política.

Aparentemente, las relaciones entre la OTAN y la UE nunca han sido tan profundas. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, se reúnen con regularidad, al igual que sus respectivos equipos. Las invitaciones cruzadas a segmentos de las cumbres de la UE y la OTAN, reuniones ministeriales y comités de altos cargos se han convertido en algo habitual. Pero estos encuentros regulares y reuniones informativas cruzadas no deben ocultar que las relaciones siguen siendo tensas, y no solo por las conocidas reservas de Turquía y Chipre, que a menudo sirven de útil pretexto. Mi experiencia de primera mano como ex alta funcionaria de la OTAN me dice que el desconocimiento mutuo, cierto grado de competencia y desconfianza y los obstáculos legales y políticos siguen siendo habituales en ambas organizaciones y continúan limitando la relación.

A pesar de algunos éxitos modestos, como en el campo de la movilidad militar, la cooperación entre la UE y la OTAN sigue sin organizar un proceso fluido para alinear mejor los requisitos de capacidades de la OTAN y los esfuerzos de la UE para apoyar el desarrollo de capacidades o fomentar la cooperación. A falta de mecanismos adecuados y eficaces que garanticen su alineamiento y de esfuerzos conscientes para asegurar la participación cruzada más amplia posible de los no miembros en sus actividades, la competencia entre ambas organizaciones seguirá siendo una realidad.

El nuevo entorno de la seguridad y la perspectiva de una menor implicación estadounidense en Europa exigen un replanteamiento de la relación entre la UE y la OTAN que reconozca tanto el papel único y de liderazgo de la estructura de mando y la planificación de la defensa de la OTAN como el nuevo papel de la UE como actor de seguridad, en particular en el contexto de Ucrania, y su conjunto único de herramientas normativas y financieras.

Prioridades políticas

Para lograr avances políticos significativos, los europeos deben centrarse en una breve lista de prioridades —que van desde los objetivos inmediatos a la labor a largo plazo para acometer las carencias de capacidades y solucionar los problemas organizativos— con el fin de prepararse para el futuro sin eludir algunos de los debates difíciles.

Organizar la ayuda militar a Ucrania a medio y largo plazo

Dada la tendencia a la disminución del apoyo estadounidense a los esfuerzos de defensa europeos, es fundamental y urgente que los europeos aumenten de inmediato su ayuda a Ucrania. En el peor de los casos, tras las elecciones presidenciales estadounidenses, Europa podría encontrarse apoyando a Ucrania en gran medida sin Estados Unidos, pero incluso en el mejor de los casos, dado el polarizado año electoral, es poco probable que haya un nuevo paquete de ayuda estadounidense a Ucrania antes de la primavera de 2025.

En lugar de esperar lo mejor o competir por ver quién gasta más o envía mejores armas, los europeos deberían desarrollar urgentemente un plan de emergencia conjunto para garantizar que las fuerzas ucranianas sobreviven más allá de los próximos meses, sobre todo si la ayuda estadounidense vuelve a agotarse. Este plan debe girar en torno a tres prioridades urgentes: garantizar un flujo constante de munición para mantener la línea del frente; reforzar la defensa antiaérea y antimisiles ucraniana para proteger las ciudades y las infraestructuras; y centrarse en el apoyo y las piezas de repuesto para el mantenimiento del equipamiento occidental que se done.

En cuanto a la munición, los países europeos parecen estar por fin en el buen camino, con un aumento de la producción, y deberían poder satisfacer la demanda ucraniana en 2025. El esfuerzo conjunto para conseguir que los aliados envíen sus sistemas de defensa antiaérea Patriot a Ucrania, liderado por Alemania y complementado por Estados Unidos, está creando las condiciones para mejorar la protección de las ciudades e infraestructuras críticas ucranianas. Sin embargo, es esencial trabajar en un plan a largo plazo que estimule la capacidad de producción en Europa para mantener este agradecido impulso a las defensas antiaéreas y antimisiles ucranianas y evitar un nuevo déficit. Un enfoque bien coordinado, de modo que los europeos sepan que pueden confiar los unos en los otros, animaría a los gobiernos a liberar más armas que actualmente están en stock y que podrían marcar la diferencia en el esfuerzo bélico, sobre todo teniendo en cuenta que algunos podrían preferir reponer para un aliado que donar a Ucrania.

Es necesario centrarse específicamente en el mantenimiento de los sistemas que ya han sido donados. El desarrollo de un centro conjunto para la reparación y el mantenimiento de equipos complejos (posiblemente en Polonia) podría servir de modo parcial a este propósito. Este centro debería estar abierto a todos los países que han donado equipos a Ucrania.

Además, equipos complejos como los aviones de combate requerirán formas de asistencia técnica estrechamente coordinadas, muy probablemente dentro del país. Esto reviste especial urgencia, pues Ucrania debería recibir en los próximos meses hasta 85 F-16 de Países Bajos, Dinamarca, Noruega y Bélgica, así como los recientemente anunciados Mirage 2000-5 de Francia. Dado que los europeos han asumido el liderazgo en la coalición de los “cazas de combate”, deberían coordinar estrechamente el apoyo asociado a estas donaciones en términos de instrucción, mantenimiento, provisión de munición y piezas de repuesto.

Por último, los responsables políticos europeos deben examinar, preferiblemente de forma conjunta, qué asistencia adicional, desde capacidades de fuego de largo alcance hasta la instrucción de grandes fuerzas o apoyo dentro del país, podría prestarse a Ucrania para que pueda recuperar la iniciativa. El presidente francés, Emmanuel Macron, presidió una primera reunión sobre este tema en febrero de 2024, pero la iniciativa resultó controvertida y no tuvo continuidad. Dada la necesidad de crear las condiciones para una derrota rusa, los europeos deberían retomar esa iniciativa de forma estrechamente coordinada. Como ya he señalado anteriormente junto a mis colegas del ECFR Piotr Buras y Jana Puglierin, el triángulo de Weimar podría ser un formato útil para desarrollar este tipo de iniciativas, ya que reúne a Francia, Alemania y Polonia, que mantienen tres enfoques diferentes. Si estos tres países consiguen llegar a un acuerdo entre ellos, podrían reunir a un amplio grupo de países europeos en torno a un consenso.

Un plan estratégico de apoyo a Ucrania debería ser una prioridad europea y parte integrante de una labor europea en materia de defensa, entre otras cosas porque una victoria rusa crearía riesgos adicionales para la seguridad europea e implicaría costosas necesidades militares adicionales.

Acometer las necesidades inmediatas de reconstrucción de la masa y la preparación

Las industrias europeas de defensa se esfuerzan por satisfacer la demanda y suministrar en un plazo razonable. Para ello, la UE debería movilizar su conjunto de herramientas para estructurar la base tecnológica e industrial de la defensa europea y apoyar las adquisiciones conjuntas.

Más allá del aumento de los volúmenes, es la preparación para el combate la que requiere el esfuerzo más significativo. Como ya se ha dicho, el volumen de las tropas, aunque importante, no es la cuestión principal, pues los ejércitos europeos siguen siendo bastante grandes. Sin embargo, los países europeos necesitan aumentar el volumen de fuerzas de combate preparadas que estén disponibles con poca antelación para completar el modelo de fuerzas de la OTAN y permitir que la Alianza (o la UE) puedan hacer frente a una gama más amplia de posibles crisis sin depender excesivamente de los refuerzos estadounidenses. Por eso los ejércitos europeos tienen que organizar ejercicios de adiestramiento más regulares y a gran escala para el personal y los cuarteles generales, adquirir piezas de repuesto y munición y aumentar la disponibilidad de los principales equipos. Se trata de prioridades absolutas para generar un nivel de preparación acorde con el actual entorno de seguridad.

La logística y el apoyo son partes esenciales del mantenimiento de unas fuerzas preparadas e integrales para el buen resultado en la guerra. El transporte de fuerzas y equipos a través de largas distancias requiere plataformas de transporte y herramientas de ingeniería y construcción de puentes. Las tropas también necesitan atención médica e infraestructuras adecuadas cuando están desplegadas. Sin embargo, las capacidades logísticas y de apoyo europeas han disminuido por debajo de cualquier umbral razonable. La UE y la OTAN pusieron en marcha iniciativas en 2017 para mejorar la movilidad militar, y las ampliaron en 2022, pero carecían de recursos suficientes. Durante el próximo ciclo presupuestario, los responsables políticos europeos deben financiar adecuadamente y llevar a cabo un plan más ambicioso para mejorar las infraestructuras pertinentes, incluidos puertos, aeropuertos, ferrocarriles, carreteras, túneles y puentes, y resolver las barreras administrativas al despliegue rápido de personal y equipos en toda Europa.

Desarrollar un plan decenal para reducir la dependencia de las capacidades estratégicas estadounidenses

Con unos presupuestos de defensa europeos en expansión, los europeos tienen que poner mucho más empeño en la adquisición conjunta de algunas de las capacidades estratégicas clave que faltan en Europa, reduciendo así las carencias críticas de capacidades europeas y la dependencia general y excesiva de los activos estadounidenses en este ámbito. El conflicto en Ucrania ha demostrado la importancia crítica de estos activos, ya que la defensa ucraniana ha dependido del espacio, el mando y control, la defensa aérea y antimisiles integrada y los drones. Aprendiendo las lecciones de este conflicto e invirtiendo en estas capacidades, los europeos tienen la oportunidad de dar el salto a la próxima generación de tecnologías emergentes.

Dado el coste de estas capacidades, lo más sensato es la cooperación y la adquisición conjunta a escala europea. La UE ha cosechado éxitos recientes en la adquisición conjunta de grandes capacidades estratégicas, como la flota conjunta de siete aviones cisterna operados por el Mando Europeo de Transporte Aéreo (EATC) con sede en Eindhoven (Países Bajos) o la Iniciativa Escudo Celeste Europeo dirigida por Alemania y centrada en la defensa aérea y antimisiles.

Un plan estructurado debería abordar las actuales carencias bien identificadas para 2035 mediante adquisiciones conjuntas. La UE puede desempeñar un papel útil en este ámbito utilizando su conjunto de herramientas para apoyar el desarrollo de tecnologías y capacidades clave y facilitar e incentivar la cooperación y la adquisición conjunta entre los Estados miembros de la UE y los socios europeos.

La creación de la Dirección General de Industria de Defensa y Espacio en 2021 otorgó por primera vez un papel sólido a la Comisión Europea en este contexto. Por su parte, la Estrategia Industrial Europea de Defensa y el Programa Europeo de Desarrollo Industrial en materia de Defensa anunciado en 2024 ofrecen una útil serie de instrumentos. La Comisión debe centrarse ahora en aplicar y financiar adecuadamente estos instrumentos para permitir el desarrollo y la adquisición conjunta de las capacidades faltantes. La actual financiación a corto plazo de 1.500 millones de euros entre 2025 y 2027 no será suficiente para marcar la diferencia a corto plazo, y los desacuerdos entre los Estados miembros sobre las mejores vías de financiación que utilizar demuestran una falta de sentido de la urgencia incompatible con el nivel de esfuerzo requerido. Un flujo de financiación que combine los presupuestos básicos de la UE y el uso de préstamos europeos para asignar decenas de miles de millones al año podría marcar una diferencia real y tener un impacto directo en la contratación nacional en toda Europa.

Esta financiación debería utilizarse para una serie de prioridades estratégicas, como cubrir las carencias de la defensa aérea y antimisiles integrada, desplegar una flota de aviones no tripulados europeos y desarrollar las capacidades europeas de transporte aéreo y reabastecimiento de combustible y los recursos espaciales. Esta nueva labor de la UE debe estar bien alineada con las prioridades de planificación de la defensa desarrolladas por la OTAN en el marco del Proceso de Planificación de la Defensa de la OTAN y la Revisión Anual Coordinada de la Defensa de la AED. Si se financia adecuadamente y se utiliza de forma estratégica, también puede financiar el desarrollo de tecnologías clave e incentivar a los europeos para que adquieran dichos habilitadores de forma conjunta. De este modo se desarrollaría una oferta europea que podría resultar útil en caso de que la base industrial estadounidense se centrara más en atender otras prioridades.

Las agencias de la OTAN, la Organización Conjunta de Cooperación en Materia de Armamento (OCCAR) y la AED tienen un historial probado en la facilitación de este tipo de labores conjuntas en marcos multinacionales. La experiencia en el desarrollo, suministro y mantenimiento de la flota europea conjunta de reabastecimiento en vuelo de ocho aviones cisterna de transporte multifunción con sede en Países Bajos y operados por el EATC en nombre de seis países debería servir como ejemplo y marco de referencia. Con un fuerte apoyo político de la UE y la OTAN, este esfuerzo multinacional atendió una carencia de la OTAN, y se benefició de la cooperación entre la AED, que desarrolló los requisitos, la OCCAR, que actuó como agencia de adquisición, y la Agencia de Apoyo y Adquisiciones de la OTAN, ahora a cargo de la gestión del ciclo de vida, demostrando que las agencias pueden cooperar para proporcionar una capacidad crítica. Los europeos pueden utilizar diversos marcos multilaterales de adquisición adaptados a cada proyecto, pero cuando se trata de grandes capacidades estratégicas es necesario apostar activamente por la adquisición conjunta.

Revisar el papel de la UE en el ámbito de la defensa europea

Los responsables políticos europeos deberían aprovechar el inicio del próximo ciclo institucional para aclarar el papel de la UE en la defensa europea, incluido el nivel adecuado de ambición para el presupuesto de defensa de la UE.

Parte de este proceso debería consistir en racionalizar y coordinar mejor las actividades de la UE. Para ello, los Estados miembros de la UE deberían apoyar las propuestas de la Comisión Europea de nombrar un comisario de Defensa. Un comisario específico indicaría que la UE está dispuesta a dar prioridad a la defensa, mientras que el respaldo de los Estados miembros garantizaría el nivel adecuado de ambición, financiación y apropiación política del cargo. Tal y como se está diseñando la nueva Comisión, una cartera centrada en la industria y la tecnología de defensa (incluido su posicionamiento dentro de la Comisión Europea y en relación con el alto representante/vicepresidente) crearía las condiciones de éxito para esa nueva función. No se trata de tener un “ministro de defensa de la UE” que cubra todos los aspectos de la política de defensa (lo que requeriría modificar los tratados de la UE y un cambio radical), sino de permitir la coordinación, a nivel comunitario, de la investigación y el desarrollo en materia de defensa, la política industrial y la financiación de las adquisiciones. Desde este punto de vista, como señala Politico, no se trataría de un cargo político de alto nivel, sino de una cartera específica que garantice que la UE cumple su limitado papel, pero cada vez más importante.

Más allá del posible papel de un comisario de defensa (o de la industria de defensa), la UE también necesita revisar su papel en la defensa del continente. Su esfuerzo se ha centrado tradicionalmente en la gestión de crisis y el desarrollo (marginal) de capacidades. Dadas las exigencias del nuevo entorno de la seguridad, el papel de la UE debería abarcar ahora cuatro pilares: resiliencia y ciberdefensa, movilidad militar, investigación y desarrollo y desarrollo y suministro de capacidades. Basándose en la útil experiencia adquirida durante el anterior ciclo institucional, las instituciones de la UE deben aclarar sus respectivas funciones y garantizar el nivel adecuado de financiación y urgencia para cumplir en estos cuatro frentes. En lugar de que todas estas prioridades dependan del comisario de Defensa, estas cuestiones deberían compartirse entre otros departamentos, incluidos los responsables de transporte e infraestructuras y de resiliencia y seguridad. Esto les permitiría aprovechar múltiples partidas presupuestarias y garantizar que la defensa sea una prioridad para toda la UE, en lugar de una modesta parte de la cartera de un par de altos comisarios.

Mejorar la cooperación OTAN-UE

Es el momento de llevar la cooperación OTAN-UE al siguiente nivel y permitir una labor verdaderamente coordinada. El próximo secretario general de la OTAN y los dirigentes de la UE deben recibir el mandato de fijar y ampliar la relación como primer paso. Esto debería incluir, entre otras cosas:

  • Coordinarse mucho más estrechamente en cuestiones de interés mutuo como las normas, la innovación, la movilidad militar y la cibernética.
  • Alinear al máximo los esfuerzos de desarrollo de capacidades de la OTAN y la UE para garantizar la coherencia entre los esfuerzos de la UE y las prioridades de planificación de la defensa de la OTAN.
  • Permitir una participación casi sistemática del personal (como invitados sin derecho a voto) en los comités y grupos de trabajo pertinentes.
  • Mitigar las preocupaciones de los Estados que no son miembros de ambas organizaciones facilitando su participación más estrecha posible y concediendo un estatuto de observador o socio a los no miembros que lo deseen en tantos formatos de defensa como sea posible.
  • Organizar un intercambio de información más fluido (incluso mediante acuerdos de seguridad que faciliten el flujo de información clasificada).
  • Organizar mecanismos sistemáticos de intercambio de personal entre ambas organizaciones para desarrollar el entendimiento mutuo.

Más en general, a medida que la OTAN adquiera un carácter más europeo, las dos organizaciones deberán perfeccionar el concepto de pilar europeo de la OTAN. No debería tratarse de un caucus de la UE, sino de un pilar europeo que combine el reparto de cargas y responsabilidades. Esto podría conllevar una cierta revisión de la estructura de mando de la OTAN, así como de las banderas asignadas a los diferentes altos cargos, otorgando un papel más destacado a los oficiales de bandera europeos. El acuerdo Berlín Plus de 2002, que permitía a la OTAN dirigir las operaciones de la UE, debería revisarse para garantizar que permite diversos escenarios. Por último, los ejercicios de la OTAN y la UE, así como las fuerzas de reserva, deberían alinearse para reforzar su preparación.

Es probable que la OTAN conserve un papel central en la defensa de Europa, no solo políticamente para consagrar el vínculo transatlántico, sino también porque tiene una experiencia única en la planificación y dirección de operaciones a gran escala (incluidas para la defensa colectiva en el área euroatlántica), pero debería tener una relación más estrecha y equilibrada con la UE, ahora que esta se ha convertido en un actor serio de su propia defensa.

Desarrollar una contribución europea a la disuasión

El desarrollo de un pilar europeo más fuerte en la OTAN requerirá una mayor contribución europea a la disuasión, incluida su dimensión nuclear.

Los gobiernos europeos tienen opiniones muy diversas sobre la disuasión nuclear. Algunos Estados miembros de la UE, como Austria e Irlanda, participan activamente en el Tratado de Prohibición Nuclear, y todos los aliados de la OTAN acordaron en el comunicado de la Cumbre de la OTAN de 2023 que “mientras existan armas nucleares, la OTAN seguirá siendo una alianza nuclear”. Europa se beneficia de un conjunto único de acuerdos nucleares compartidos por Estados Unidos a través de la OTAN, y todos los aliados de la OTAN (excepto Francia) participan en la planificación nuclear de la organización. Dos aliados europeos de la OTAN poseen armamento nuclear (Reino Unido y Francia), aunque siguen políticas nucleares distintas. Cinco aliados de la OTAN (Bélgica, Alemania, Italia, Países Bajos y Turquía) vuelan con aviones de doble capacidad que podrían lanzar bombas atómicas estadounidenses, mientras que Polonia ha expresado su interés en implicarse más en la misión nuclear o en albergar armas estadounidenses. Estas armas estadounidenses y sus vectores se están modernizando, mientras que Francia y Reino Unido aspiran a la modernización a largo plazo de sus fuerzas nucleares.

En este complejo entorno, está surgiendo un nuevo “gran debate” en toda Europa, inédito en décadas, ya que algunos abogan por una “eurobomba”, mientras que a otros les gustaría que se mejorara la presencia nuclear estadounidense, y otros son partidarios del statu quo.

Por su parte, Macron ha reiterado su apertura a un diálogo nuclear con los Estados europeos, y ha recalcado que los intereses vitales de Francia tienen una “dimensión europea”. Esto suscitó más interés en Europa que otras ofertas francesas similares anteriores, pero también numerosos interrogantes. Varios países europeos, incluidos los Estados nórdicos, los bálticos, Polonia y Alemania, han entablado diálogos informales u oficiales con Francia para aclarar la naturaleza de esta oferta y compartir sus propios puntos de vista y prioridades.

Los europeos han de mantener un debate realista sobre cómo pueden preservar y potenciar la disuasión. No deberían participar en propuestas poco realistas o engañosas, como la eurobomba, una disuasión diferenciada de la UE, la financiación de la disuasión francesa por parte de otros, o propuestas para que una disuasión británica o francesa sustituya de igual a igual a la disuasión ampliada estadounidense. Esta conversación sobre la disuasión debe respetar el principio de “no hacer daño”, ya que cualquier propuesta que se perciba como un debilitamiento de la garantía nuclear estadounidense no solo sería problemática para la mayoría de los europeos desde el punto de vista político, sino estratégicamente peligrosa para la seguridad europea. Por tanto, los europeos deberían tratar de complementarla y reforzarla, evitando —una vez más— una dependencia excesiva de un único aliado. Esto también mitigaría los escenarios más extremos si Estados Unidos debilitara o retirara su compromiso de disuasión ampliada.

Un debate tan complejo debe implicar a todas las partes interesadas, incluidos los tres Estados occidentales poseedores de armas nucleares y los aliados no nucleares. Los gobiernos deberían adoptar una visión integral de la disuasión más allá de las armas nucleares, que contemple también el papel de las capacidades de ataque convencionales de largo alcance y la defensa antimisiles. Estas capacidades pueden ser un complemento útil de la disuasión nuclear al complicar el cálculo de los adversarios potenciales y ofrecer una gama más amplia de opciones que eviten el dilema del “todo o nada” como parte de una postura de disuasión más integrada.

Un mayor papel europeo en la misión de disuasión podría adoptar la forma de una conversación estratégica más profunda (tanto dentro como fuera de la OTAN) y más ejercicios nucleares nacionales abiertos a los aliados no nucleares. Reino Unido y Francia podrían tener que adaptar su postura y sus doctrinas nucleares para dar más contenido al “papel independiente” de su disuasión, reconocido en el contexto de la OTAN desde 1974. Si el mensaje político y estratégico de la disuasión es sólido y claro, disuadir a los posibles adversarios podría resultar más fácil (ya que Rusia está muy versada en la comprensión de los mensajes nucleares) que tranquilizar a todos los aliados (ya que muchos tienden a confiar solo en Estados Unidos y descartan la dimensión europea de la postura nuclear de la OTAN).

Una Europa más responsable

Es hora de que los europeos enfoquen la defensa de forma mucho más estratégica, inviertan en defensa a largo plazo y se preparen activamente para aceptar más responsabilidades en la defensa de Europa.

Deberían centrarse en el desarrollo de un “paquete completo de fuerzas” europeo, que incluya las capacidades de apoyo al combate y las principales capacidades que en la actualidad proporciona principalmente Estados Unidos. Se trata de un objetivo alcanzable y sostenible desde el punto de vista fiscal, siempre que los europeos desarrollen un plan conjunto y aprovechen con eficacia las herramientas de la OTAN y la UE.

Esto daría a los países europeos la capacidad de abordar la mayoría de los escenarios, desde la gestión de crisis hasta la defensa colectiva, con un apoyo estadounidense limitado, y podría resultar no solo la mejor forma de garantizar la seguridad de Europa, sino la mejor de asegurar el futuro de la alianza transatlántica, de una UE más orientada a la seguridad y la defensa, y de una OTAN más europea. Paradójicamente, un planteamiento tan consciente para reforzar la capacidad de Europa de defenderse a sí misma podría ser también la mejor forma de preservar el compromiso de Estados Unidos con la seguridad europea, incluso para afrontar los escenarios más exigentes o proporcionar la tranquilidad definitiva.

El camino sugerido en este documento requiere un esfuerzo sostenido durante una década que transformará profundamente la OTAN y la UE. Es posible que haya que adaptarlo en función de la dirección que tome Estados Unidos y la evolución de la seguridad europea, pero resulta esencial que los responsables políticos europeos inicien este viaje sin demora.

Sobre el autor

Camille Grand es miembro político distinguido del European Council on Foreign Relations y jefe de la iniciativa de defensa, seguridad y tecnología de la organización. Anteriormente, fue subsecretario general de Inversión en Defensa de la OTAN (2016-2022), y dirigió la labor de la OTAN en la entrega de capacidades, la defensa antimisiles y la cooperación en materia de armamento y tecnología. También fue director de la Fondation pour la recherche stratégique (FRS) y ocupó varios altos cargos en el Gobierno francés. Es profesor asociado de la Escuela de Asuntos Internacionales de París en Sciences Po.

Agradecimientos

El autor desea dar las gracias a Lucie Courtade (coordinadora del programa de defensa, seguridad e iniciativa tecnológica del ECFR) por su extraordinario apoyo a la investigación y recopilación de datos, a los becarios y editores de política del ECFR, así como a otros investigadores y altos funcionarios que apoyaron el desarrollo de este documento, hicieron comentarios sobre borradores anteriores y presentaciones relacionadas y aportaron excelentes comentarios e ideas que mejoraron enormemente el documento. No obstante, el documento sigue siendo responsabilidad exclusiva del autor.

Policy Brief traducido por Verónica Puertollano

El Consejo Europeo de Relaciones Exteriores no adopta posiciones colectivas. Las publicaciones de ECFR solo representan las opiniones de sus autores individuales.