Por un “New Deal europeo”

La llegada de una nueva generación de dirigentes en Europa abre la vía a la reactivación del proyecto comunitario. Dicha reactivación pasa por un programa de inversiones masivas que exige una reorientación de los gastos.

La llegada de una nueva generación de dirigentes en Europa abre la vía a la reactivación del proyecto comunitario. Dicha reactivación pasa por un programa de inversiones masivas que exige una reorientación de los gastos.

Comienza el nuevo curso escolar. Y, tanto en París como en Bruselas, descubrimos los rostros de los nuevos “profesores”, encargados de la economía francesa (Emmanuel Macron, de 36 años), de la diplomacia europea (Federica Mogherini, 41 años) o incluso de la coordinación económica y del plan reactivación europea de Jean-Claude Juncker: a priori el finlandés Jyrki Katainen, de 41 años, para la función y el francés Pierre Moscovici, de 56 años, para el título. Ya era hora de que tomara las riendas esta generación, como los dirigentes británicos (Cameron y Osborne, de 43 y 38 años, respectivamente, en el momento de su nombramiento) y el italiano (Matteo Renzi, de 38 años). Porque en estos ámbitos, existe una necesidad urgente de nuevas ideas y energía para dirigir y encarnar lo que podría denominarse un “New Deal francés y europeo”.

Con tantos pequeños compromisos y grandes negaciones, con los que cada país ha intentado proteger su parcela privada de intereses económicos y estratégicos, Europa se ha convertido en algo irrelevante y olvidado. Rusia puede hacer que estalle una guerra en Ucrania sin temor a represalias; el Sahel, Oriente Próximo y Oriente Medio pueden sumirse en la barbarie y prepararse para la yihad: Europa no hace nada porque no dispone de medios para actuar.

Ocurre lo mismo con la dinámica económica del continente: en nombre del fantasma de la ortodoxia de Francfort, los dieciocho países miembros de la eurozona prefieren la deflación, que ya es un hecho, y el paro masivo fuera de Alemania y Austria, a la reactivación de Europa mediante una política determinada de grandes obras y de despliegue de infraestructuras paneuropeas.

En su discurso de investidura el 15 de julio, Jean-Claude Juncker no se equivocaba: Europa necesita urgentemente un “nuevo impulso”, un plan de inversiones complementarias de 300.000 millones de euros. Pero necesitamos 300.000 millones de euros cada año, es decir, únicamente el 2% del PIB de la Unión. Y no lo que se ha propuesto (300.000 millones en tres años), que no será suficiente. Por último, en la lista de estas inversiones complementarias futuras (energía, transportes, educación, investigación), falta un ámbito fundamental: el de la seguridad civil y militar del continente europeo. ¿Es necesario que los tanques rusos traspasen la frontera polaca o que los yihadistas hagan saltar por los aires el BCE de Francfort o el Parlamento Europeo de Estrasburgo, para que nos decidamos por fin a invertir de forma masiva y coordinada entre los países europeos y sus empresas en nuestra seguridad colectiva, condición previa de nuestras libertades individuales?

Reformas a cambio de inversiones

Por primera vez en veinticinco años, desde la caída del Muro de Berlín, por fin se dan las condiciones necesarias para lograr un “New Deal”: reformas estructurales y orden en las finanzas públicas de cada país de la eurozona, ahora que Francia e Italia, actualmente los últimos alumnos de la clase europea, se han decidido a hacerlo. Y “a cambio”, un programa masivo de inversiones, no de gastos, en las infraestructuras de seguridad y de crecimiento del continente europeo. Contamos con todas las herramientas necesarias: el BCE y el Banco Europeo de Inversiones; el importante presupuesto de la Unión Europea (1 billón de euros en siete años) que merece aplicarse en otro ámbito que no sea el esparcimiento ineficaz y por todos lados de las subvenciones.

La voluntad política de la casi totalidad de los países de la Unión se puede resumir en una ambición así. Solo un alumno no se une a este llamamiento y es el primero de la clase europea: Alemania. Por motivos comprensibles relacionados con su historia y su demografía, Alemania sigue postrada ante los desafíos del momento y condena sin verlo ni quererlo al resto de Europa por el paro y la deflación. Y por su dependencia militar con respecto a la OTAN, que mañana celebra sus 65 años y cuyo liderazgo estadounidense ya no oculta su desinterés por Europa y su tentación aislacionista.

Los signos esperanzadores de una política distinta se multiplican al otro lado del Rin, junto al presidente de la República Alemana, Joachim Gauck, la ministra de Defensa, Ursula von der Leyen, el ministro de Economía, Sigmar Gabriel, o el ministro de Exteriores, Frank-Walter Steinmeier.

Ahora quienes tienen que reaccionar son Angela Merkel, su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble y el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann. Tienen que asumir su función en este “New Deal” europeo. De lo contrario, será una oportunidad única para los partidarios del estallido del euro y de la vuelta a la Europa de ayer: la del franco y del marco alemán. Y la de la guerra, fría o caliente, pero esta vez sin el apoyo de Estados Unidos. “Nein, danke”.

Publicado originalmente en Les Échos. Traducido por Sara Fernández para VoxEurope.

El Consejo Europeo de Relaciones Exteriores no adopta posiciones colectivas. Las publicaciones de ECFR solo representan las opiniones de sus autores individuales.