El Primer Ministro indio, Narendra Modi, es recibido en el aeropuerto de Heathrow, Londres. Noviembre, 2015. Jonathan Brady - WPA Pool/Getty Images
El Primer Ministro indio, Narendra Modi, es recibido en el aeropuerto de Heathrow, Londres. Noviembre, 2015. Jonathan Brady – WPA Pool/Getty Images

Los Estados europeos y el país asiático están distanciándose, y ninguna de las dos partes se ha dado cuenta.

Con el gobierno de Narendra Modi, Nueva Delhi está dando al traste con dos principios tradicionales de su política exterior. Uno era que, con su posición multilateralista y a menudo neutral, India era una cabeza de ratón, una potencia que sólo podía ejercer como tal en su vecindario del subcontinente. El otro, que la mejor manera de hacer sentir su influencia era decir no: por ejemplo, a las negociaciones comerciales internacionales en la ronda de Doha, o a un tratado sustancial sobre el clima en Copenhague. Por el contrario, hoy, Modi quiere que India se globalice, y está camino de demostrarlo. De aquí a veinte años será el país más poblado del mundo, y, con la capacidad y el talento que se observan en los sectores empresarial y tecnológico del país, es inevitable que acabe siendo una de las naciones más poderosas del futuro.

Este giro se produce justo cuando parece que Europa está emprendiendo la dirección opuesta. Una serie de crisis sucesivas mantiene atrapada a la diplomacia europea en su propia región. Y, mientras la estrategia política de Modi es acumular poder e influencia en toda la Unión India, la UE está volviendo a las políticas nacionales, incluso en el caso de la política exterior. Hasta ahora, ninguno de los tropiezos que ha sufrido la Unión Europea en su historia ha resultado fatal. Pero el país asiático está experimentando un rápido ascenso, y busca acuerdos concretos con socios que puedan contribuir a su transformación interior y su estatus internacional.

La consecuencia de estos movimientos opuestos es una oportunidad perdida. Estados Unidos está empezando a ser el principal socio de India: ha tenido tres gobiernos sucesivos que, con su determinación, consiguieron desbloquear el delicado tema nuclear y crear lo que, cada vez más, puede ser una alianza regional que sirva de contrapeso al auge militar de China. También Japón se interesa por Nueva Delhi como instrumento para cercar a Pekín, y es un gran inversor en las infraestructuras del país. Incluso la propia China, a pesar de que mantiene su desafío territorial y está vetando discretamente la candidatura de India a tener un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, trata de hacer una oferta económica que sea atractiva para el país vecino, con su nueva iniciativa de la Ruta de la Seda. En cuanto a Rusia, aunque ya no es el bastión de India, sigue siendo su socio. Los dos países han encontrado muchos puntos en común a propósito de Libia, Ucrania y Siria.

En cambio, la asociación estratégica UE-India que se decidió en una cumbre en 2005 está desaparecida. El primer ministro Modi está a punto de comenzar una visita a Reino Unido, después de otras anteriores a Francia, Alemania e Irlanda. Los más optimistas dicen que eso es prueba de que la relación entre los países europeos y Nueva Delhi es cada vez más intensa. Pero no hay nada tan significativo como la constante falta de una reunión con las altas instancias europeas.

No se celebra ninguna cumbre desde 2012. Se dice que, durante el viaje anterior de Modi a Europa, en Bruselas no encontraron un hueco para recibirle, aunque seguramente hubo otros factores. Las negociaciones del Acuerdo Bilateral de Comercio e Inversiones (BTIA), iniciadas en 2007, han vuelto a estancarse. India no es un socio muy flexible en asuntos comerciales, pero es mucho lo que está en juego en un mercado que pronto será el más poblado del planeta.

La separación, en parte, es cultural. A los europeos les atemorizan los giros y las vueltas que da la política india, y a los indios les desconcierta la complejidad de las políticas europeas.

Pero esa actitud delata cortedad de miras de los dos lados. Las dos mayores Uniones basadas en la democracia y el Estado de derecho que existen en el mundo tienen intereses comunes en áreas fundamentales.

Una de ellas es la seguridad, sobre la que no se ha discutido lo suficiente. Entre el Bósforo y el Indo se extiende una zona de la máxima importancia para la seguridad de India y Europa.

Ambas partes han trabajado para estabilizar Afganistán, pero en general por separado. Si la situación afgana se deteriorase, se crearía una nueva avalancha de refugiados y habría una nueva expansión del terrorismo. Ayudar a negociar soluciones positivas entre India y Pakistán es una misión útil para Europa. Fomentar la reintegración de Irán en la comunidad internacional y un papel constructivo al este y al oeste de sus fronteras es un objetivo común del que se debería hablar de forma periódica. En el Océano Índico, europeos e indios tienen objetivos similares: ayudar a los pequeños Estados insulares, promover el desarrollo en África Oriental, luchar contra la piratería y mantener la paz en los Estados del Golfo.

En el ámbito económico también existen muchos vínculos −la UE es el primer socio comercial de India, y este país es el noveno de la Unión−, pero el futuro es todavía más significativo. Nueva Delhi es un voto indeciso en casi todas las cuestiones de gobernanza internacional que le interesan a Europa. Se está viendo en relación con el clima y el medio ambiente: India es hoy el tercer país emisor del mundo de gases de efecto invernadero (aunque a considerable distancia del primero, China). Europa tiene un gran incentivo para construir una asociación estratégica sobre energías limpias y ciudades sostenibles, dos temas en los que encajan de forma natural las capacidades europeas y las necesidades indias.

Pero el país asiático también podría ser un socio fundamental en la política cibernéticas global, de creciente importancia. Los planes indios para la era de la información son tan ambiciosos como los de China, pero con más apertura del mercado y las sociedades. Uno de los elementos que faltan aún en muchos de los incipientes Silicon Valleys de Europa es el talento, el espíritu emprendedor que hay en India. Tanto en esta cuestión como en la del turismo, ha llegado la hora de facilitar avances que, a su vez, faciliten la mutua comprensión. De la capacidad de Europa e India para coordinar sus normas y sus criterios dependerá cómo sea el Internet del futuro. El poderío económico indio no es aún tanto como para que se niegue a hacer concesiones. Como miembro del G-20, IBSA y los BRIC, como segundo accionista del nuevo Banco Asiático de Inversión en infraestructuras, junto con otros 14 Estados europeos, India es un socio crucial a la hora de construir un sistema basado en normas.

¿Cómo podemos trabajar juntos para lograr estos objetivos? Debemos ser conscientes de qué somos: dos Uniones grandes, democráticas y, por tanto, caóticas, en las que ni todos los cauces burocráticos del mundo pueden sustituir a los contactos políticos y el entendimiento. Para ello hay que fijar prioridades y dar continuidad. Y para esto, hay que decirlo, también hace falta mucha más coordinación de la que existe en la actualidad en Europa.

Ningún desacuerdo transitorio o local debe impedir que nuestra relación pase del abandono y la ignorancia a la comprensión y el mutuo acuerdo. Sólo entonces la asociación estratégica suscrita por Europa podrá pasar de las palabras a los hechos.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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