Cómo Trump salvará Europa

Irónicamente, el profundamente euroescéptico presidente de Estados Unidos y su aliado en el Kremlin pueden proporcionar el empujón que Europa necesita para resolver finalmente sus mayores crisis.

Mark Leonard y Vessela Tcherneva
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En sus primeras semanas en el cargo, el presidente estadounidense Donald Trump ha demostrado que la amenaza que presenta a los intereses europeos no ha sido exagerada. Hay buenas noticias, sin embargo. Su antipatía hacia la Unión Europea es tan «yuge» (o huge, que significa enorme) que podría acabar reavivando el sentido de un objetivo común del bloque.

El desafío es claro: Trump no es sólo el primer presidente de Estados Unidos que no apoya activamente a la UE; también ha dejado claro que su desintegración haría avanzar los intereses estadounidenses. Su postura sobre el comercio mundial, el acuerdo climático de París y el acuerdo nuclear con Irán amenazan con destruir los elementos clave de la gobernanza mundial. Su idas y venidas en la OTAN y su comodidad con el presidente ruso Vladimir Putin son muy preocupantes para el futuro de la seguridad europea. Su prohibición temporal a los visitantes de siete países de mayoría musulmana de viajar a los EE.UU. ha sembrado el caos, socavando la gestión internacional de la crisis de refugiados y alimentando las llamas del extremismo islámico.

Trump ha tomado posesión de su cargo en un momento en que Europa se está alejando de la «integración» en respuesta al ascenso del sentimiento nacionalista en todo el continente. La creencia generalizada es que las elecciones de este año – en los Países Bajos, Francia, Alemania y posiblemente Italia y España – erosionarán aún más la cooperación de la UE y profundizarán las divisiones. Sin embargo, no es demasiado tarde para que Europa cambie su destino – sí se despierta a la altura de sus retos.

La indulgencia entre el establishment y sus partidarios es, después de todo, una de las fuerzas motrices detrás del surgimiento del sentimiento populista en Europa. Con Trump en la Casa Blanca emitiendo órdenes ejecutivas erráticas, la complacencia se vuelve más difícil; los peligros del populismo están ahí para que todos los vean.

Hay signos alentadores de que el impulso político está cambiando hacia esta dirección. En Austria, por ejemplo, el Partido de la Libertad de extrema derecha fue derrotado en las elecciones presidenciales. Y en Francia, el candidato centrista Emmanuel Macron lidera las encuestas antes de las elecciones de primavera. Europa debe fomentar estas tendencias.

Las noticias procedentes de Washington en los últimos días han resonado fuerte en Europa. Utilizando peticiones, cartas abiertas y medios sociales, o simplemente tomando las calles, miles de europeos han protestado contra la polémica «Muslim ban» de Trump.

Todavía no está claro cuánto de su agenda podrá impulsar Trump, pero no es imposible que las divisiones entre los países miembros de la UE empiecen a palidecer en comparación con la amenaza existencial de una era, cada vez más probable, de Trump y Putin. Mientras Europa se despierta ante los peligros, puede estar más dispuesta a hacer compromisos – por ejemplo, sobre las sanciones rusas y la asignación de refugiados, y finalmente desarrollar una política exterior coherente.

A medida que elaboran la doctrina transatlántica para la era de Trump, los estados europeos deben evitar ceder al miedo y buscar acuerdos bilaterales con los Estados Unidos. Europa no debe permitirse ser dividida y conquistada; hacerlo debilitaría a todos los involucrados. La impropia prisa de la primera ministra británica Theresa May para encontrarse con el nuevo presidente no es un ejemplo a seguir.

En cambio, la UE debe hablar con una sola voz para defender los acuerdos internacionales y los derechos humanos básicos, incluido el derecho al asilo. Hacer declaraciones después de las cumbres del Consejo no es suficiente. Los dirigentes de la UE deben coordinar sus esfuerzos para presentar un frente unido sobre el comercio y conseguir la mejor protección consular posible para los ciudadanos con doble nacionalidad.

El mayor desafío será revolucionar la cooperación europea en materia de seguridad, ya que una nueva ola de ataques terroristas empujaría a los votantes hacia los partidos nacionalistas y populistas. Hasta ahora, las agencias europeas encargadas del orden público e inteligencia se han basado en gran medida en una cooperación exitosa con sus homólogos estadounidenses, pero el intercambio de inteligencia entre los países europeos ha quedado rezagado, por lo que un plan ambicioso para mejorar la cooperación europea en inteligencia debe convertirse en una prioridad absoluta.

Del mismo modo, Europa tiene una necesidad urgente de estabilizar su periferia inmediata, especialmente los Balcanes Occidentales, Europa Oriental y el Norte de África. Esto requerirá una política común de seguridad. Esto no quiere decir que la UE necesite un «ejército europeo», pero como objetivo a medio plazo, las fuerzas europeas deben trabajar para sincronizar las capacidades militares, las tecnologías, los sistemas de defensa y la disuasión nuclear. En última instancia, la acción militar europea común debe basarse en la diversa política interna de sus países miembros clave e incluir países no pertenecientes a la UE como Noruega, Turquía y, más tarde, Reino Unido.

Irónicamente, el profundamente euroescéptico presidente de Estados Unidos y su aliado en el Kremlin pueden proporcionar el empujón que Europa necesita para resolver finalmente sus mayores crisis. Por ello, estos dos hombres erráticos, fuertes y creídos serán un fuerte incentivo para mantener la alianza de Europa con vida, de modo que sus miembros puedan resistir la tormenta juntos.

Esta publicación se publicó por primera vez en Politico.eu, el 7 de febrero de 2017.

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