Ante pseudoguerras frías, cabezas frías

Todas las medidas para gestionar la crisis en Ucrania presentan dilemas políticos y diplomáticos. Hoy por hoy, lo prioritario es «de-escalar» las tensiones y evitar un conflicto mayor. La respuesta europea a la intervención rusa en Crimea está siendo gradual, escalando medidas ante la escalada de hechos en el terreno (por ejemplo, congelando las negociaciones del acuerdo comercial con Rusia o la liberalización de visados), pero sin cerrar la vía diplomática, y de apoyo político y económico al nuevo Gobierno en Kiev. En el contexto actual, los objetivos básicos deberían ser cuatro: «de-escalar» las tensiones en Ucrania en general, y Crimea en particular; «de-escalar» la tensión con Rusia; reafirmar la integridad territorial de Ucrania, y, finalmente, restaurar el orden constitucional así como evitar la quiebra económica del país.

La respuesta europea a la intervención rusa en Crimea está siendo gradual, escalando medidas ante la escalada de hechos en el terreno (por ejemplo, congelando las negociaciones del acuerdo comercial con Rusia o la liberalización de visados), pero sin cerrar la vía diplomática, y de apoyo político y económico al nuevo Gobierno en Kiev. Pero ante una crisis de dimensiones excepcionales, entre conflicto civil y conflicto internacional, con una volátil situación en el terreno y graves tensiones entre Occidente y Rusia, Europa precisa urgentemente una estrategia con prioridades claras y una diplomacia flexible, a varias bandas, para su consecución. En el contexto actual, los objetivos básicos deberían ser cuatro: «de-escalar» las tensiones en Ucrania en general, y Crimea en particular; «de-escalar» la tensión con Rusia; reafirmar la integridad territorial de Ucrania, y, finalmente, restaurar el orden constitucional así como evitar la quiebra económica del país.

 

Todas las medidas para alcanzar estos objetivos presentan dilemas políticos y diplomáticos. Las sanciones planteadas difícilmente van a contribuir a «de-escalar» las tensiones, sobre todo teniendo en cuenta la psicología de gran parte del «establishment» ruso y del peculiar líder en el Kremlin. Al poner en marcha sanciones, se busca alterar el cálculo político del actor hostil, influyendo en un comportamiento acorde a nuestros intereses, y/o defender un principio incumplido por dicho actor hostil (en este caso, y entre otros, la soberanía e integridad territoriales). Ir más allá de las medidas políticas tomadas el jueves por el Consejo Europeo y adoptar sanciones selectivas es una apuesta legítima, pero limitada y quizá contraproducente. Limitada por dos razones: porque difícilmente alterará el cálculo político y los equilibrios de poder internos en el Kremlin, y porque tanto la dependencia energética de los poderes europeos clave (como Alemania) y en general la red de intereses económicos bilaterales entre los estados de la Unión y Rusia debilitan esta posición europea. Y, sobre todo, es una apuesta quizá contraproducente, que podría elevar aún más las tensiones, con resultados imprevisibles.

«Adoptar sanciones selectivas es una apuesta legítima, pero limitada y quizá contraproducente»

La cruda realidad es que Europa no ha otorgado una garantía de seguridad a Ucrania –que sí existe con cualquier miembro de la OTAN– y no puede –ni debe– ir mucho más lejos. Es absurdo hacer declaraciones de firmeza y principios si no existen ni la voluntad ni las opciones para cumplirlos. Como ha afirmado Frederick Forsyth en un artículo reciente –«Sin histerias, por favor, o será la guerra»–, la verdad es que poco podemos hacer por Crimea. Hoy por hoy, lo prioritario es «de-escalar» las tensiones y evitar un conflicto mayor. Para ello, es imperioso concentrar los esfuerzos diplomáticos a varios niveles (grupos de contacto y foros multilaterales clave como OSCE, Consejo de Europa y ONU) en lograr dos resultados concretos: uno, el envío de una misión de seguimiento de la OSCE, en los términos planteados por la actual presidencia suiza de esta organización, con acceso a todo el territorio de Ucrania, incluidos el este y Crimea (lo cual no será fácil, visto el bloqueo de milicias prorrusas a los pocos observadores militares enviados esta semana por algunos países OSCE); dos, la aplicación, solicitada por Ucrania, de los mecanismos de consulta del Memorando de Budapest de 1994. Asimismo, otras instituciones de la OSCE, como el Alto Comisionado sobre Minorías Nacionales, pueden contribuir al restablecimiento de la confianza, hoy rota.

Paralelamente, más que intentar jugar, aprisa y corriendo, a la partida geopolítica con Rusia y en el momento menos indicado, es preciso restablecer la normalidad constitucional y política en Ucrania en su conjunto. En este sentido, otorgar una perspectiva europea a Kiev, quizá necesaria el pasado otoño, adquiere ahora una relevancia más bien secundaria. Más aún, es si cabe más irrealista, en un país sin orden constitucional, al borde de la guerra civil y ocupado en parte por otro Estado. Por lo tanto, más que volver a caer en el juego cortoplacista de apoyar a unas élites frente a otras, atizando tensiones internas y con Rusia, lo primordial sería un acuerdo político con tres elementos centrales: el compromiso de las actuales autoridades de Kiev a un calendario electoral concreto, con observación internacional; un gobierno de unidad, transitorio, y medidas de restablecimiento de la confianza.

 

Este artículo se publicó originariamente en el diario La Razón el 10/3/14.

 

 

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