Alemania toma el mando de Europa

07 / 10 / 2015 Salvador Martínez Mas
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25 años después de la reunificación, el gigante europeo se sacude todos los complejos de su pasado

Un millón de personas celebra en Berlín, la noche del 3 de octubre de 1990, la reunificación de Alemania tras la caída del Muro.

El 3 de octubre se celebra un cuarto de siglo de la reunificación alemana. Ese día se cumplirán 25 años de la entrada en vigor del tratado entre la República Federal de Alemania (RFA) y la República Democrática de Alemania (RDA) para el establecimiento de la unidad alemana. No son pocas las barreras que ha superado el país de la canciller Angela Merkel para llegar a lo que es hoy: el Estado más influyente de la UE. Animada por sus cifras macroeconómicas –sus exportaciones baten récords con regularidad, su PIB crece con solidez, además de flirtear con el pleno empleo–, Alemania está olvidando en la escena internacional los complejos adquiridos por su trágico pasado.

Eso sí, según dice a TIEMPO Judy Dempsey, investigadora en Berlín del Carnegie Europe, “Alemania no ha dicho qué tipo de poder quiere ser”. De ahí vienen calificativos al país de Merkel como “potencia sin deseos” o “líder reticente” acuñados por la prensa internacional para referirse al liderazgo germano en Europa. Pero desde que se acentuó la crisis de los refugiados, Angela Merkel ha estado al frente entre quienes piden actuar con decisión. “Si Europa falla en la cuestión de los refugiados, no será la Europa que deseamos”, ha llegado a decir la canciller.

La hegemonía de Alemania. En este contexto, Harold James, historiador de la universidad estadounidense de Princeton, explica que ahora “Alemania reconoce que tiene un papel global” en el mundo, algo que supone “un cambio muy rápido en su identidad” como país. Henfried Münkler, politólogo afincado en Berlín habitualmente presente en los medios de comunicación germanos, escribía no hace mucho en el influyente diario Frankfurter Allgemeine Zeitung un artículo titulado “Somos la hegemonía” en el que invitaba a “asumir la realidad” de su país, que ha de jugar “un papel central en Europa”.

Esto mismo parecía asumido en Berlín incluso antes de que la crisis de los refugiados se convirtiera en una prioridad continental. Porque antes de que el ministro de Economía y vicecanciller alemán, el socialdemócrata Sigmar Gabriel, amenazara a los países del este de la Unión Europea con cortarles la financiación comunitaria en caso de no hacerse cargo de los refugiados que llegan a suelo europeo, “el liderazgo alemán ya se había puesto de manifiesto al estallar la crisis en Ucrania o también en las negociaciones del tercer rescate a Grecia”, explica a TIEMPO Josef Janning, investigador senior en Berlín del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

Grexit. De hecho, del mismo modo en que Gabriel pudo amenazar a los miembros del este de la UE que se niegan a acoger refugiados, el ministro de Finanzas germano, Wolfgang Schäuble, presionó de un modo sin precedentes al Gobierno heleno con el grexit en las últimas negociaciones de Grecia con sus acreedores. Por grexit (acrónimo formado por las palabras inglesas Greece, Grecia, y exit, salida) se entiende la salida de Grecia del euro. En cualquier caso, “Alemania está beneficiándose ahora de tener una imagen positiva a nivel internacional”, dice Janning. “La imagen de Alemania después de que Merkel dijera que los refugiados son bienvenidos es la de una superpotencia moral”, agrega este investigador.

Ahora bien, Janning y otros observadores políticos señalan que la buena imagen del país es exagerada. En sus últimos 25 años de historia, Alemania se ha ganado fama de eludir responsabilidades internacionales a nivel militar, evitando participar en misiones como la que acabó en Libia con el régimen de Muamar el Gadafi, aunque sí se ha puesto al servicio de otras coaliciones en Afganistán, Uzbekistán, el Líbano, los Balcanes o en varios países africanos. El aspecto “moral” de las intervenciones militares siempre ha sido una prioridad para los políticos alemanes, que siempre han hecho hincapié en “legalizar las relaciones internacionales”, según los términos de Janning. Por eso ahora que vuelven a escucharse propuestas para encontrar una solución en Siria –donde está una de las claves de la crisis de los refugiados–, en Berlín se buscan salidas diplomáticas.

Del mismo modo, Alemania, pese al reconocido y predominante papel en Europa que le confiere su poderío económico, sigue acusando el lastre que supone el atraso de la región germana que otrora fue la RDA. “Todo hace pensar que el este de Alemania no podrá alcanzar el nivel del oeste en los próximos 25 años”, ha señalado con pesimismo Joachim Ragnitz, director adjunto de la oficina en Dresde del prestigioso Centro para Estudios Económicos Ifo. En este sentido, pese al cuarto de siglo transcurrido desde la reunificación, sigue habiendo mucho por hacer de puertas para adentro en Alemania como para que el país de Angela Merkel se vaya a concentrar plenamente en asuntos internacionales.

De ahí que Jochen Bittner, editorialista del semanario Die Zeit, haya apuntado a este respecto: “Los Gobiernos de la UE y sus electores están cansándose de sentirse sin ayuda y de mirar a Berlín en busca de soluciones, pero, créanme o no, Berlín también necesita ayuda”. Para él, en el mejor de los casos, “Alemania solo puede ofrecer estabilidad provisional”.

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