El avance del régimen de Damasco, este último año, ha sido frenético e imparable. Su triple alianza ha funcionado: Bashar el Asad ponía soldados, tanques y helicópteros de guerra; Irán, sus milicianos aliados y la experiencia de guerra de la milicia libanesa Hizbulá; Rusia contribuía con sus cazas de combate, bombas y aparato negociador.

Así, uno a uno, los territorios que los grupos opositores sirios controlaban hasta hace poco han ido cayendo: las bombas, primero, aplanaban el territorio como una apisonadora. Los soldados, después, entraban con sus kalashnikovs y lo conquistaban; Moscú, para acabar, negociaba una evacuación de los opositores que siguiesen vivos. Los mandaban, con autobuses y sin armas pesadas, a las demás zonas rebeldes restantes. Así, en un año, con la misma táctica, han caído Guta Oriental, el sur de Hama y, la última, hace un mes, Daraa.

Ahora, para conquistar enclaves en manos de los rebeldes, a Asad solo le queda Idleb. La guerra de Siria está delante de su última batalla. Pero esta región, situada en la frontera con Turquía, tiene poco que ver con las otras regiones del país. En su interior hay 2,5 millones de personas, muchas de ellas ya de por sí refugiadas que han acabado allí huyendo de los avances de Asad y su alianza con Irán y Rusia.

En Idleb hay tantas milicias, casi, como días tiene un año; entre ellas, los combates, luchas de poder, secuestros y asesinatos han sido constantes. Quien paga el mayor precio de todo ello, por supuesto, son los civiles, atrapados entre una guerra de facciones rivales con un telón de fondo de bombas de un régimen que, en Idleb, llevan años cayendo a diario. La mayor de estas milicias rebeldes, la que controla más territorio en la región, es Hayat Tahrir al Sham.

AL QAEDA EN SIRIA / Los líderes de Hayat Tahrir al Sham (Vida Libre en Siria) optaron por este nombre hace poco más de un año para hacerse un lavado de cara que no ha convencido a nadie. Hasta hace poco este grupo era conocido como Jabhat al Nursa: la filial de Al Qaeda en Siria. Hayat Tahrir al Sham, en la actualidad, controla el 60% de Idleb.

El 40% restante está repartido entre varias milicias -algunas autóctonas de la región y otras llevadas allí de otros antiguos lugares opositores de Siria- unidas bajo el paraguas del Ejército Libre Sirio (ELS), cuyo benefactor, protector y quien paga los salarios es Turquía. Este país, de hecho, ha usado este grupo como carne de cañón para sus propias aventuras en Siria.

Es aquí, con Turquía, donde las cosas se complican: Erdogan, que tiene soldados regulares y puestos de observación en Idleb, no quiere una escalada en la región. «Cualquier decisión de Asad de entrar en Idleb necesitará obligatoriamente la luz verde de Ankara -explica Julien Barnes-Dacey, analista del think tank europeo ECFR-. Rusia está haciendo de mediadora entre Asad y Erdogan, pero Turquía, de momento, ha sido clara: no se retirará de allí. Por esto el inicio de la operación está tardando tanto».

Desde hace un mes, Asad ha estado mandando soldados, municiones, helicópteros y tanques a la frontera con Idleb. Desde el interior, las milicias rebeldes se han unido y planificado. Las trincheras ya han sido excavadas.

El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, estuvo la semana pasada en Ankara; varios altos mandos del ejército turco, en Moscú. Pero las negociaciones no fructifican: Turquía tiene miedo de que la violencia en Idleb suponga una nueva crisis de refugiados hacia su frontera. En el país anatolio, hay 3,5 millones de refugiados sirios.

La lucha de Estados Unidos, en la actualidad, ya no es quitar Asad de Damasco. Ahora, su intención es que las milicias pro iranís se marchen. «Nuestros intereses -dijo esta semana el asesor en Seguridad Nacional de Trump, John Bolton, en Israel- son acabar con el Estado Islámico y la presencia de las milicias iranís. Nuestro único requisito es que las fuerzas iranís vuelvan para Irán». Con Obama, la línea roja era la continuidad de Bashar el Asad. Con Trump, las cosas han cambiado.