Opinión

El precio de la decencia

CAFÉ STEINER

EFE / ÁLVARO CABRERA

En octubre de 2013, más de 300 personas murieron ahogadas cerca de la isla de Lampedusa entre acusaciones de descoordinación entre Italia y Malta. Partidos políticos, la sociedad civil, los medios de comunicación, la Iglesia, todos exigieron que se tomaran medidas para que semejantes imágenes no volvieran a verse. La entonces ministra de Exteriores italiana, Emma Bonino, puso en marcha la operación de rescate marítimo Mare Nostrum. La misión tuvo el efecto buscado: reducir las muertes en el mar. Pero, a lo largo de los siguientes años, Italia acogió cientos de miles de migrantes ante el abandono casi completo de sus socios europeos que consideraron la cuestión como un problema exclusivamente italiano.

Con el tiempo, la opinión publica italiana comenzó a mostrar hastío y luego hostilidad hacia los recién arribados. Y, convenientemente azuzada, en las elecciones generales de marzo de este año, votó masivamente por fuerzas xenófobas que prometían cerrar los puertos y deportar a cuantos inmigrantes fuera posible. La experiencia de Alemania no es muy distinta. Ante las desgarradoras imágenes del ahogamiento del niño Aylan Kurdi en una playa turca en el verano de 2015, una conmovida Angela Merkel decidió abrir las fronteras de su país a los refugiados sirios. En su memoria seguramente pesaron las imágenes de la policía húngara de fronteras abriendo las fronteras a los refugiados que huían de Alemania Oriental, un gesto que desencadenó la caída del Muro y la reunificación de Alemania. Merkel no coordinó su gesto con sus socios europeos, que tampoco fue bien recibido ni apoyado por ellos. En menos de seis meses, Alemania recibió 890.000 solicitudes de asilo, lo que obligó a un tan ingente como admirable esfuerzo de acogida. No transcurrió mucho tiempo ni hicieron falta más que algunas tensiones e incidentes de violencia aislados para que se iniciara una secuencia de quema de albergues de refugiados, manifestaciones anti-inmigración y el auge de partidos xenófobos.

Debido al cierre de la ruta italiana, España está ahora expuesta a un fenómeno similar. Las llegadas a España, aunque todavía menores en su dimensión comparada, se han multiplicado por cuatro con respecto al último año. Con razón, España reclama ahora a Europa que eche una mano y nos ayude, tanto a nosotros como país de entrada como a Marruecos como país de tránsito. En su última viñeta, Forges nos dejó un importante mensaje: "la piedra es el único objeto inanimado que tropieza dos veces con el mismo hombre". Pero incluso para una piedra, tres tropiezos con el mismo hombre son muchos.