El dilema europeo sobre Trump y China
Un acuerdo multilateral con China y sin Estados Unidos es simplemente imposible
Un orden multilateral con la República Popular de China y sin los Estados Unidos de América es simplemente imposible
En este punto es donde la UE se encuentra a comienzos del 2017. Al oeste, Donald Trump gobierna con tweets, reprendiendo a la OTAN por obsoleto y prediciendo nuevas salidas como la del Brexit de la UE. Al este, Xi Jinping, en esplendor en Davos, ha tomado el mando de animador de la globalización, las instituciones multilaterales, el Estado de derecho y el desarme nuclear universal.
Los presidentes de Estados Unidos siempre han actuado en interés de su país, pero la insistencia de Donald Trump en “America First” y sus desprecios a los aliados europeos son alarmantes. Ha olvidado la advertencia de Bismarck: “intenta siempre estar à trois en un mundo gobernado por cinco poderes”. Y muchas de sus posiciones son detestables para los llamados ¨liberales¨ – en concreto, para los partidarios de las políticas dominantes desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
El respaldo entusiasmado de Xi Jinping a la globalización y al multilateralismo debería suscitar alguna que otra sospecha. Después de todo, esta es la misma China que aplica tarifas más elevadas que sus principales socios occidentales, y que apoya activamente a las empresas locales limitando las oportunidades para otros. Es la China que se burla de sus compromisos climáticos no vinculantes al aumentar el consumo de carbón y exportar centrales térmicas de carbón, y que ignora abiertamente el derecho internacional marítimo en Asia. Es la China que castiga cualquier crítica hacía Mao, y que actualmente está reprimiendo a los proveedores de redes privadas virtuales (VPNs), que ayudan a las personas a acceder a cualquier sitio fuera de China, cortando a sus propios ciudadanos el acceso al sistema internacional que el Sr. Xi tan ardientemente defiende.
A primera vista, entonces, la respuesta más racional y cuerda no está al lado de ninguno de los dos, pero lo que parece racional y cuerdo sólo lo es en el ámbito intelectual. La realidad, por otra parte, a menudo implica decisiones difíciles. Mientras que a los liberales europeos les resulta difícil de digerir estar al lado de Trump, el argumento para hacerlo es claro, dado que no podemos retirarnos a ¨la montaña mágica¨ de Thomas Mann.
No elegimos a Donald Trump, pero necesitamos a Estados Unidos como socio y aliado. En la situación actual, la Unión Europea sería incapaz de cualquier ejercicio colectivo de poder duro contra casi cualquier enemigo. Esto es especialmente importante en esta coyuntura, ahora que estamos dejando atrás la era utópica de los valores e intereses compartidos desde 1989. Esto parece ahora un interludio histórico, y con el resurgimiento de la realpolitik, los atributos del poder duro aumentarán en valor.
El enemigo más peligroso a este respecto -para Europa y para el orden liberal- sería una alianza sino-rusa. Aunque hay temores de que el enfoque de Trump en China fortalezca a Rusia, Europa puede hacer uso de su apoyo a Estados Unidos en Asia a cambio del respeto estadounidense por sus intereses en relación a Rusia. Sin embargo, vale la pena señalar que ni Rusia ni Estados Unidos respetarán plenamente estos intereses hasta que demos señales claras de mejorar nuestra capacidad de defensa autónoma.
Los europeos tienen una tendencia a regodearse en las lamentaciones sobre el iliberalismo de Trump, pero una gran parte de nuestro electorado exige políticas basadas en el realismo y el interés. Si no se cumplen estas exigencias, el cambio hacia la política nacionalista y la llamada política populista continuará. Estar firmes en nuestros principios está bien. Separarse estratégicamente del camino de los Estados Unidos, si daña los intereses europeos, no será apoyado por los electores europeos en este clima político.
Igualmente, en el comercio, los librecambistas europeos están consternados por el rechazo de Trump a la Asociación Transpacífica (TPP). Ellos tienen razón en que esto perjudicará a América y a Asia, pero el TPP no incluía a Europa y, de hecho, era un competidor para la UE. Como tal, la respuesta correcta para Europa no es condenar la decisión de Trump sino acelerar los acuerdos de libre comercio de la UE con Asia, en particular un tratado de libre comercio (TLC) UE-Japón con características ambiciosas más allá del comercio de mercancías.
Cuando se trata de las violaciones de China en los mares del este y del sur de China, muchos en Europa están igualmente preocupados por “provocaciones” de Trump. Si él advierte a China de que Estados Unidos hará cumplir el derecho internacional en esta área, ¿debemos debilitar su mano? La mayoría de los asiáticos han estado esperando una respuesta más fuerte a las provocaciones de China, y es este sentimiento de debilidad que les pueda subir al mismo carro de China. Uno también escucha la sugerencia de que Europa debería tener en cuenta la opción de levantar el embargo de armas contra China para obtener una ventaja sobre Trump, pero esto no sólo pondría en peligro nuestras relaciones con América; sería enviar la peor señal posible a los vecinos de China.
Finalmente, es el cambio brutal de Trump sobre las políticas de inmigración lo que ha causado la mayor indignación. Esto es razonable dado lo extremo de las medidas introducidas en el último fin de semana de enero, que se asemejan a la Ley de Exclusión de China de 1882 pero debe ser considerado desde una perspectiva adecuada. No hay expectativas de una posición común sino-europea sobre la apertura de fronteras, lo cual es rechazado por todos los países asiáticos. De hecho, es Europa, no Trump, la excepción en su postura hacia la inmigración. La duradera debilidad de los controles fronterizos de Europa es única entre los países desarrollados. Poner orden en Europa -en términos de controlar las llegadas- es un requisito previo para salvar políticas pro-refugiados, no sea que más votantes europeos sigan a Hungría y Trump en la construcción de muros.
Tampoco cooperará China en los derechos humanos ni en la protección contra el ciberespionaje, teniendo en cuenta que es el estado orwelliano más avanzado del mundo.
No tenemos certeza sobre el tejido de la nueva administración en Washington, y bien podría terminar en fracaso. Pero apostar por el fracaso supone un peligro para nosotros, porque dependemos de Estados Unidos y porque la federación europea, todavía en construcción, sería un jugador débil de póker geopolítico. Europa no tiene los medios para contrarrestar eficazmente los recortes en los valores y las buenas causas internacionales que Donald Trump y Theresa May están anunciando ahora.
Hasta que ocurra una importante revisión de la política china, un orden multilateral con China y sin Estados Unidos es simplemente imposible. Un discurso de Xi Jinping no es suficiente para hacer de China un verdadero partidario del orden mundial liberal, y nuestra larga dependencia de Estados Unidos no nos deja ninguna alternativa. El resto es simplemente hablar por hablar.
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