Troika, trio, treat, trick

After the elections for Commission president, we are now drowned in the gibberish of the Council of Europe president elections

They say that productivity is low in Europe, but we’re certainly prolific at one thing; we churn out presidents like Chinese shoes. Currently under the Swedish presidency, we are still dealing with some of the after effects of the French and Czech presidencies, and the Spanish presidency will soon be upon us. In trading terms, it’s called flooding the market. And it’s only just begun.

For the citizens of Europe, this must all seem a bit baffling. Still not quite back into the swing of things after the elections for Commission president, we are now drowned in the gibberish of the Council of Europe president elections (the new institutional post called for by the Lisbon Treaty meant to provide greater stability and continuity to the workings of the Council of Europe, as well as greater visibility to the EU in the international arena).

The election of Barroso was already difficult enough for most voters to comprehend; it was never clear if he was being put forward as the Popular Party candidate, or the candidate of the member States. To add to the confusion, his investiture saw him receiving votes from conservative, liberal and socialists alike. But the most serious shortcoming of all was the absence of any opposition; the European left was incapable of fielding a candidate of its own, thus robbing the European public not only of a very necessary debate, but something as indispensable in democracy as the capacity to compare and contrast governmental options and programmes.

Now the Council president election is taking an even worse course. Will the president be a man or a woman, Scandinavian or Mediterranean, Popular or Socialist, Gonzalez or Blair? Don’t kid yourselves, no-one knows, clarity seems almost to be considered an obscenity in this case, and so not only do we not have two candidates… this time around, we have no candidate at all. This, despite the fact that the candidate has to be ratified by a qualified majority of the Council’s 27 members, something which would allow for competition. But because the post does not need to be submitted to popular vote, nor is it subject to the approval of the European Parliament, the governments of member States can get on with what they like best; testing the public mood with a number of well aired ideas, while getting down to the serious business of horse-trading behind closed doors. All of which can be expected to end with a nod and a wink at the lucky candidate, and a cue for the European public to let out one long “wooah”!

Worst of all is the total absence of discussion about the functions and prerogatives of the new post. Are we talking about a president with merely representative functions, whose authority would be fundamentally moral, requiring the occupant to intervene little in day to day affairs? Or, on the contrary, are we talking about a hands-on political post, requiring a strong personality capable of slogging away, energising the agenda and achieving results? Either of these two options would have important implications, both internal and international, so it would seem like a good idea to consider the matter carefully. Another aspect which ought to be taken into account is that Lisbon redesigns the post of foreign policy High Representative which Javier Solano has been occupying so effectively for the last ten years, granting the role new and increased powers. Yet all we hear are spurious arguments about the candidates’ personalities or the so-called balance (geographical or otherwise) which should be observed.

Until the Lisbon Treaty comes into force, the EU will continue to fall victim to the dysfunctionalities introduced by a system called troika, in which the EU foreign policy lies in the hands of three people; the foreign affairs minister of the country holding the rotating, bi-annual presidency of the Council of Europe (Sweden this semester, Spain next); the EU High Representative for Foreign Affairs (Javier Solana) and the European Commissioner for External Relations (the Austrian Benita Ferrero-Waldner). A design like that means coherence and coordination are difficult to guarantee, to put it mildly.

Which is why the European Constitution and subsequently the Lisbon Treaty saw the elimination of the rotating presidencies in matters of foreign affairs, the creation of the permanent post of President of the Council, and the merger of the posts of High Representative and External Relations Commissioner, as well as a foreign action service of its own for the new EU Foreign Affairs post. What would surely be intolerable after 10 years of institutional conjuring tricks in relation to the Treaties (including two referenda in Ireland and the insufferable Czech stone in the shoe), we end up back where we started, substituting a dysfunctional troika for a trio (President of Commission, President of the Council and EU Foreign Affairs Minister) with identical problems. All eyes, then, should be fixed on just what rabbit is pulled out the hat next: the European box of tricks is capable of making a circle out of a troika, and then turning it into a trio all over again. [email protected]

This article was published in El País on 19 October 2009.

(English translation)

Translated from Spanish by Douglas Wilson

Troika, trío, trato, truco

Dicen que en Europa la productividad es baja. Pero hay algo en lo que somos prolíficos: producimos presidentes como si fueran zapatos chinos. Estamos bajo presidencia sueca, pero todavía gestionando las sobras de las presidencias francesa y checa y ya se nos viene encima la española. En lenguaje comercial, se llama inundar el mercado. Y esto no ha hecho más que empezar.

Para la ciudadanía europea debe resultar desconcertante. Cuando todavía no nos hemos repuesto de la elección del presidente de la Comisión, estamos otra vez empantanados con el galimatías que supone la elección del presidente del Consejo (el nuevo cargo institucional previsto en el Tratado de Lisboa cuya intención es dar más estabilidad y continuidad a los trabajos del Consejo Europeo, además de lograr una mayor visibilidad internacional de la UE).

La elección de Barroso ya fue difícil de entender para los ciudadanos: nunca estuvo claro si se presentaba al puesto como candidato del Partido Popular Europeo o como candidato de los Estados miembros. Para aumentar la confusión, en su investidura acabó recibiendo votos conservadores, liberales y socialistas. Pero lo más grave fue que no tuvo oposición: la izquierda europea fue incapaz de presentar un candidato propio, lo cual hurtó al público europeo no sólo un muy necesario debate, sino algo tan imprescindible en una democracia como la capacidad de contrastar opciones y programas de gobierno.

Ahora, la elección del nuevo presidente del Consejo corre por derroteros aún peores. ¿Será mujer u hombre, escandinavo o mediterráneo, popular o socialista, González o Blair? No se dejen engañar: nadie lo sabe, la claridad parece resultar obscena, así que esta vez no sólo no hay dos candidatos sino… ninguno. Y eso que el candidato tiene que ser ratificado por mayoría cualificada de los 27 miembros del Consejo, lo cuál teóricamente permitiría que hubiera competencia. Pero como no es un cargo que tenga que ser sometido a elección popular ni aprobado por el Parlamento Europeo, los Gobiernos de los Estados miembros se sienten libres de jugar a aquello que de verdad les encanta: el lanzamiento de globos sonda y el mercadeo entre bambalinas. Todo ello para acabar con un gran dedazo ante el cual parece que esperan que el público europeo lanzará un gran ¡oooh!

Lo peor es la más total falta de discusión sobre las funciones y prerrogativas del puesto. ¿Se trata de un presidente cuya función debe ser meramente representativa y cuya autoridad sería por tanto fundamentalmente moral, lo que le obligaría a intervenir poco en el día a día? O, por el contrario, ¿se piensa en un puesto de gestión política, lo que requeriría una personalidad fuerte que fuera capaz de forcejear para dinamizar la agenda y lograr resultados? Cualquiera de los dos modelos tendría importantes implicaciones, tanto internas como internacionales, por lo que convendría pensarlo bien. Hay que tener en cuenta, además, que el nuevo Tratado de Lisboa rediseña el puesto de Alto Representante para la política exterior que tan eficazmente ha venido ocupando Javier Solana durante los 10 últimos años, otorgándole nuevos y mayores poderes. Y, sin embargo, todo lo que oímos son argumentos espurios sobre las personalidades de los candidatos o los supuestos equilibrios (geográficos o de cualquier otro tipo) que se deberían observar.

Hasta que el Tratado de Lisboa entre en vigor, la UE seguirá siendo víctima de las disfuncionalidades introducidas por un sistema, llamado troika, en la que la política exterior de la UE está en manos de tres personas: el ministro de Exteriores del país que ostente la presidencia rotatoria semestral del Consejo Europeo (sueca este semestre, española el siguiente); el alto representante de la UE para la política exterior (Javier Solana) y la comisaria de Relaciones Exteriores de la Comisión Europea (la austriaca Benita Ferrero-Waldner). Con este diseño, la coordinación y coherencia no está garantizada, por decirlo suavemente.

Fue por esa razón que la Constitución Europea, y luego el Tratado de Lisboa, decidieron eliminar las presidencias rotatorias en materia de política exterior, creando el puesto de presidente estable del Consejo, y unificar los puestos de alto representante y comisario de Relaciones Exteriores, dotando además al nuevo cargo de ministro de Exteriores de la UE de un servicio de acción exterior propio. Lo verdaderamente intolerable sería que después de 10 años de prestidigitación institucional en torno a los Tratados (incluyendo dos referendos en Irlanda y una insoportable piedra checa en el zapato), acabáramos en el mismo lugar de partida: sustituyendo una troika disfuncional por un trío (presidente de la Comisión, presidente del Consejo y ministro de exteriores de la UE) con idénticos problemas. Por tanto, mucha atención al conejo que saldrá de la chistera: la magia europea puede hacer que una troika haga un círculo y se convierta otra vez en un trío.

Este artículo fue publicado en El País el 19 de octubre de 2009.

The European Council on Foreign Relations does not take collective positions. ECFR publications only represent the views of their individual authors.

Author

Head, ECFR Madrid
Senior Policy Fellow

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