African parameters

Equatorial Guinea is a deplorable tyranny, and that Obiang has no intention of building a democracy

We have been looking at some contrasts in Africa: on the one hand the enthusiasm generated by Obama’s visit to Ghana; on the other, the ignominy of everything that has to do with Teodoro Obiang, dictator of Equatorial Guinea. A Spanish diplomatic delegation, with businessmen and parliamentarians in tow, went to visit him last week.

Not by chance, Obama chose Ghana for his first African visit: a country that shows there is nothing about Africa that is incompatible with democracy. Unfortunately, Equatorial Guinea is at the other end of the spectrum.

Worldwide, more than two billion people, about one in every three, live in regimes considered to be undemocratic. But even among these 42 dictatorships there are degrees and nuances. Eight can be described as the worst of the worst, according to Freedom House. These countries where you would never want to live are: North Korea, Turkmenistan, Uzbekistan, Libya, Sudan, Myanmar, Somalia and, lastly, Equatorial Guinea.

It’s a doubtful honor to see a former Spanish colony on this list. In the latest municipal and legislative elections in Guinea, held on May 4, 2008 in the absence of any international observers or reporters who might verify their honesty, the government party obtained 99.3 percent of votes, and the opposition 0.7 percent. And now the Obiang government has refused to accept any aid or international supervision for the presidential elections upcoming in December of this year. The opposition leader Plácido Micó keeps warning Spanish diplomats that the regime is sliding down a slope of brutality and corruption. This is confirmed by the UN rapporteur for torture, Manfred Nowak, who in December of last year concluded that the police in Guinea “are still systematically using torture in interrogations.” Exhaustive details appear in the annual Amnesty International reports, and the recent report Well Oiled by Human Rights Watch.

It is surprising, then, that our foreign minister not only perceives an improvement in the political climate, and signs of “modernization” in Guinea, but convincing evidence that the Obiang regime has embarked on “the building of a democracy.” It cannot be ruled out, of course, that our diplomacy, which is directly present in the country and in close contact with the authorities, is better informed than the international organizations, including the UN, concerned with human rights issues. Not only has the Spanish Foreign Ministry not bothered to show us the empirical evidence for its claims of “modernization;” in the extensive monograph it has prepared on Equatorial Guinea it is impossible to find anything to support them. But we do find plenty of evidence to corroborate what everyone knows: that the Obiang regime is one of the most repressive in the world, and one of the richest, and most brutal and corrupt.

This atrocious reality is precisely the reason why Spain needs a stable foreign policy, at the level of state. Because of our history, our country has a special responsibility to the people of Equatorial Guinea, which so far it has never exercised. The first step in such a policy would be to acknowledge that the country is a deplorable tyranny, and that Obiang has no intention of building a democracy. We should not fool ourselves and, in passing, insult the people of Guinea and the rest of Africa, by describing the Obiang regime as a “democracy with African parameters.”

All too often we think that to get practical results we need to ignore moral issues. The presence and high profile of the right-wing political leader Manuel Fraga in the Spanish delegation that has just visited Guinea, perfectly exemplifies the need for Spanish diplomacy to turn its back on a cynical attitude to political “realism” that is improper in a democratic country. The realism we do need is a real and permanent policy regarding

Equatorial Guinea, based on a realistic appraisal of the situation there, and a realistic plan on what to do about it. [email protected]  

This article was published in El País English edition on 17 July 2009. 

(English Translation)

Parámetros africanos

Fin de semana de contrastes africanos: a un lado la ilusión popular que ha generado la visita de Obama a Ghana; al otro, el bochorno que rodea todo lo que tiene ver con Teodoro Obiang, el dictador de Guinea Ecuatorial con el que nuestra diplomacia, acompañada por una amplia delegación empresarial y parlamentaria, se ha encontrado este fin de semana.

No por casualidad, Obama ha elegido Ghana para su primera visita africana: se trata de un país que muestra que no hay nada en el carácter ni condiciones africanas incompatible con la democracia. Desgraciadamente, Guinea Ecuatorial se encuentra en el extremo exactamente opuesto. Dos mil doscientos millones de personas, es decir uno de cada tres ciudadanos de este planeta, viven en regímenes considerados no democráticos. Pero hasta entre esas cuarenta y dos dictaduras hay grados y matices. En concreto, ocho pueden ser calificados como lo peor de lo peor, según Freedom House. Los países donde por nada del mundo desearía usted vivir son: Corea del Norte, Turkmenistán, Uzbekistán, Libia, Sudán, Birmania, Somalia y, por último, Guinea Ecuatorial.

Dudoso honor el de ver a una antigua colonia española en dicha lista. Como se sabe, en las últimas elecciones municipales y legislativas guineanas, celebradas el 4 de mayo de 2008 en ausencia de prensa y observadores internacionales que pudieran verificar la integridad del resultado, el partido del Gobierno obtuvo el 99.3% de los votos y la oposición el 0.7%. Y ahora el Gobierno de Obiang se ha negado a aceptar ninguna ayuda ni supervisión internacional de cara a las próximas elecciones presidenciales de diciembre de este año. Por su parte, el líder de la oposición, Plácido Micó, no se cansa de advertir a la diplomacia española de que el régimen está inmerso en una escalada de brutalidad y corrupción, lo que corrobora el relator para la tortura de Naciones Unidas, Manfred Nowak, que concluyó el 18 de diciembre del año pasado que la Policía “sigue usando sistemáticamente la tortura en sus interrogatorios” y se detalla exhaustivamente en los informes anuales de Amnistía Internacional o en el reciente “Bien engrasado” (Well oiled) de la organización Human Rights Watch.

Sorprende por ello que nuestro Ministerio de Exteriores no sólo haya detectado una significativa mejora del clima político y signos de “apertura y modernización” en Guinea, sino indicios fehacientes de que el régimen de Obiang se ha embarcado en “la construcción de una democracia”. No hay que descartar que nuestra diplomacia, que tiene una presencia directa en el país y un contacto estrecho con las autoridades, tenga mejor información que las organizaciones internacionales públicas y privadas, incluyendo Naciones Unidas, dedicadas a la cuestión de los derechos humanos. Sin embargo, el Ministerio de Exteriores no sólo no se ha molestado en hacer pública la evidencia empírica en la que se basan estas afirmaciones sino que en la extensa monografía sobre Guinea Ecuatorial que elabora y distribuye es imposible encontrar un solo hecho que las justifique, y sí decenas que corroboran lo que todo el mundo sabe: que el régimen de Obiang no sólo es de los más represivos del mundo, sino también uno de los más ricos, brutales, corruptos e injustos.

Es precisamente esa atroz realidad la que justifica y hace ineludible que España se dote de una política de Estado. En razón del pasado, nuestro país tiene una responsabilidad especial con el pueblo ecuatoguineano que hasta ahora no ha sabido o no ha podido ejercer. Pero el primer paso para tal política de Estado es constatar que ese país representa una lamentable dictadura y que Obiang no tiene ninguna intención ni necesidad de construir una democracia, no engañarnos a nosotros mismos y, de paso, faltar al respeto de los guineanos (y por extensión, a millones de africanos), describiendo el régimen de Obiang como una “democracia con parámetros africanos”.

Con demasiada frecuencia, se tiende a pensar que para lograr resultados prácticos en política exterior es necesario abandonar el plano moral. Se nos sitúa así ante un falso dilema entre idealismo (definido como lo deseable pero irrealizable) y realismo (entendido como lo desagradable pero necesario). Pero negar la realidad sobre la que queremos actuar no constituye una forma de realismo sino el primer paso hacia un peligroso cinismo que devalúa nuestros valores y principios. La presencia y alto perfil de Manuel Fraga en la delegación española que ha visitado Guinea ejemplifica a la perfección la necesidad de que la diplomacia española supere definitivamente una concepción del realismo político caduca e impropia de la política exterior de un país democrático. Una política de Estado realista hacia Guinea requeriría al menos de tres elementos: primero, un diagnóstico certero y compartido de la situación; segundo, un acuerdo amplio sobre los objetivos de nuestra acción exterior; y tercero, un plan detallado sobre cómo llevarlos a cabo. Por tanto, a menos que abramos ese debate, y por muchas veces que vayamos a Guinea Ecuatorial, seguiremos careciendo de una política de Estado hacia ese país.

Publicado en El País el 13 de Julio de 2009 

 

The European Council on Foreign Relations does not take collective positions. ECFR publications only represent the views of their individual authors.

Author

Head, ECFR Madrid
Senior Policy Fellow

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